viernes, 4 de marzo de 2016

16º Entrada: Los hombres de las rosas rojas. Capitulo 4 (Novela)

¡Saludos a todos! Volvemos a la historia de los moteros llenos de venganza. El capitulo de hoy trata de Fred. Aquí teneís el capitulo anterior para que lo leáis, si es que no lo habéis leído, o para refrescaros la memoria. Un saludo a todos y muchas gracias por vuestro tiempo y vuestra atención.
http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/13-entrada-los-hombres-de-las-rosas.html
IV


Fred había llegado al hospital San Nicholas de Pensilvania en cuestión de media tarde. La herida se había abierto por el trayecto a cuenta del traqueteo del motor. La Harley fue manchada por la sangre de la entrepierna de Fred. 
Entró con su cojera a la clínica y le ofrecieron una camilla inmediatamente. Le dejaron en una habitación solo mientras una enfermera le ponía gasas en la entrepierna. Ahora que podía estar tranquilo, aprovechó el tiempo para idearse una buena historia:
- ¿Qué te ha pasado?-llegó por fin la inevitable pregunta. Fred no sabía que responder. Pero se las inventó para manera improvisada. 
- Se me ha disparado la pistola cuando estaba sacándola para las prácticas de tiro- dijo finalmente. La enfermera, puso cara de extrañeza. Tal vez, no se lo creía (puesto que la forma de la herida mostraba una trayectoria diferente del disparo) pero no dijo nada más salvo que el Doctor Elliot le vendría a ver enseguida, así que se dio por satisfecho. 
Tras unos escasos minutos, que Fred los sintió como siglos, vino el médico. Se trataba de un viejo de pelo gris y bien recortado, lleno de arrugas y con unos ojos de color azul azulejo:
-Bueno, vamos a ver esa herida- dijo con sequedad. Daba la impresión que lo hacía por obligación y no por ayudar al prójimo. Fred notó que no quería que estuviera en el hospital mucho tiempo. 
- Tiene una parte de la zona interior del muslo necrosada- recitó el bata blanca- le enviaré a un cirujano de…
- No me envíe a ningún otro lado, Doctor- defendió Fred- mire, ya he sufrido más heridas como esta. Si me envía a otro lado hay una posibilidad que, incluso, me amputen la pierna…
El médico se estremeció al oírlo y frunció el ceño:
- No quiero tener problemas con la autoridad- confesó.
Mire doctor…- miró la chapa que había en su pecho derecho- Eliot. Si coge mis vaqueros encontrará unos 10 mil dólares. Además, puedo asegurar que mi herida no tiene nada que ver con la policía.
Esta última mentira la hizo sin un apice que mostrara la farsa.
- Entonces, ¿Cómo se la ha hecho?
-¿Quiere el dinero o no?
- 20 mil…
-15 mil y me deja llamar a mi padre.
-Hecho, pero ponga el manos libres.
El Dr. Eliot llamó al número que Clame le dijo de memoria. Puso el manos libres y cuando respondieron a la llamada, una voz grave rasposa emergió en el aparato:
-¿Digame?
-Soy yo padre- he aquí el mensaje oculto que había entre los dos hombres para decir “no es seguro hablar”.
-Hola Fred, Allan ya me ha dicho que habías llamado- comentó el padre- dentro de un par de semanas estaré allí que tengo un lio en la oficina… ¿En qué hospital estas ingresado?
-En el San Nicholas. Por cierto, pillas dos billetes de ida, que volveré contigo.
-¡No veas lo que se va alegrar tu madre!
-Si, por eso voy. Dale un beso de mi parte. 
Tras esta recreación de una familia normal, ambos habían intercambiado una información encriptada que ni el doctor sospechaba. Fred e hijo, tenían una habilidad innata para mentir y actuar. Tal vez, la vida que habían adoptado les había impulsado a ser unos egocéntricos, mentirosos compulsivos, pero el caso era que se pasaban la vida burlándose de los demás consiguiendo todo lo que se proponían. 
Los siguientes días de Frederic fueron odiosos. Aborrecía quedarse más de una semana entre cuatro paredes. Esa inquietud fue una de las razones por las cuales se divorció de Hana y que se alejase de Anna. No lo podía evitar Fred era así de impulsivo.
Durante este periodo de Fred nació, al igual que Ray, una rosa rojiza, con un color tan vivo que las más potentes corneas gritarían a pleno pulmón: “Quítalo de mi vista”. Toda esa bella maleza, había sido engendrada desde que entró en casa del poli y le saliese el tiro por la culata. Ese capullo casi le dejaba sin órganos genitales. Además, ese hecho le había obligado a ir a la casa de su odiada exmujer, lo cual le reprochaba, como si fuera la madre de un adolescente rebelde. Y la guinda del pastel, la gota que colmaba el vaso, era que había perdido todo su dinero a cuenta del puñetero soborno del Dr. Eliot. Una abominación era lo que estaba creciendo dentro de Fred. El tallo se hizo más fuerte cuando le informaron que tenían que cortarle parte del muslo y que debería estar en rehabilitación.
Fred ya no solo quería matar al policía Ray McGinty, simplemente por el dinero, sino que quería matarlo porque le había destrozado su bello cuerpo. Todo aquel que le había hecho una cicatriz estaba ya en el otro barrio… te podrías imaginar lo que ocurriría si, a cuenta de un tío, se quedaría sin un trozo de cuádriceps. 
La rosa de la venganza floreció con su máximo explendor en el cálido y negro corazón de Fred.
Después de la operación  Fred ya no se sentía igual. Se sentía como un viejo lisiado. 
El día antes de que le dieran el alta, por fin, llegó su padre. Fred descubrió que había ganado un par de kilos y que, además, su pelo era más blanco. A pesar de ello tenía el mismo aspecto de siempre: una barba de dos días, con una chupa de cuero llena de parches. 
-Hijo mío, estas hecho mierda- saludo entre risas.
-Joder papa, no vas a cambiar nunca. Viejo carcamal.
-¿Has hecho el encargo? Cuéntame.
Fred bajo la mirada y se avergonzó de decirle a su padre “no”. En ese instante, su rosa creció aún más. 
-¿Cómo? ¿Qué ha ocurrido? Más vale que sepas donde se encuentra… ¿Sabes qué pasará si no muere ese cabrón? 
-Joder, ¡Pues claro que lo sé! El Señor C es uno de los mayores transportistas y proveedores de armas. No soy gilipollas, papa.
-Dime entonces que ha pasado. No te adjudique el trabajo por ser mi hijo, sino porque eres el mejor cuando se trata de acabar con alguien.
“Ya empezamos con la tocada de huevos de siempre…” pensó.
-Iba todo sobre ruedas ¿sabes? Estaba haciéndolo todo con la mayor normalidad… Llego al portal, subo al apartamento… Saco la Desert Eagle, la cargo, la quito el seguro… Observo que no hay nadie metiendo las putas narices donde no le llaman, pego un tiro al cerrojo y entro de una patada. En ese momento, me encuentro con una zorra mirándome como si estuviera flipando con mi llegada. La pego un tiro entre ceja y ceja, antes de que llamara a nadie. Me encuentro con el mamón. El muy capullo, ya tenía el revolver de poli más que preparado para dispararme… Menos mal que la bala iba directo a mi polla y no a mi cabeza.
Fred padre, se puso histérico:
-Me cago en la puta… ¿¡Te han seguido!?
-No lo sé, salí lo más rápido posible. En toda la semana no ha pasado la pasma por aquí.
- Tendré que mandar a otro tipo a matar a ese capullo… Seguramente a ti te estén buscando.
-¡Joder! ¡Déjamelo a mí! ¡Mira lo que me ha hecho! ¡Quiero matarlo con mis propias manos!
-Hijo mío, debes darte cuando tienes que dejar la faena… Mírate, estas hecho un condón usado y, encima, necesitas reposar…Además ya dijiste al tío Allan que ibas a volver a casa. Tenía ganas de verte.
Eso es verdad. De todas maneras, Fred quería ver muerto a Ray, sí o sí. En pocos segundos se le ocurrió que podía hacer: Volver a casa de su padre y luego escaparse a Nueva York.
-Está bien…- comentó a regañadientes.
-Así me gusta- le puso la mano encima de su cabeza y le acarició como si fuera un perro.
Esa misma tarde, llamarón a Allan para comentarle que Fredie volvía mañana a casa, pero nadie contesto, la voz automática de la operadora decía que había una avería en la línea. Se echaron unas risas pensando que se le había olvidado pagar la factura del teléfono.
Dos semanas después la dichosa noticia, la cual le había cabreado tanto todavía seguía siendo portada. Ese mismo día padre e hijo fueron al aeropuerto y llevaron el equipaje (como no, pagando más) la Harley de Fred.
La rabia de Fred crecía que por cada paso que daba, puesto que se encontraba lisiado. Una cachaba le acompañaba en cada paso que daba. 
Juro que, en cuanto se encontrará capaz, se cargaría a ese jodido pelirrojo.

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