lunes, 29 de febrero de 2016

14º Entrada: Sin nombre (Novela) Capitulo 4

Llegamos al cuarto capitulo ya, de mi trabajo de ciencia ficción distopica. La verdad es que me estoy quedando un tanto sorprendido, de que se vea más "Los hombres de las rosas rojas" que este proyecto (que tiene más miga, más mensaje... pero bueno). Como siempre, aquí tenéis el anterior capitulo para que podáis recapitular donde lo dejamos.
http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/11-entrada-sin-nombre-novela-capitulo-3.html
 Un saludo y muchas gracias por vuestro tiempo.
4
Clare despidió al desconocido de su apartamento individual. No sabía ni de donde había aparecido, pero le había venido genial para sacarse la pasta que necesitaba. Encendió la pantalla de su ordenador, y observó una ingente cantidad de mensajes de internautas que habían visto como se lo había tirado. Muchos de esos usuarios comentaban que se habían hecho “Una tremenda paja” y otros que se habían puesto muy cachondos y que iban a esperar a que viniera su mujer para hacerle todas esas cosas que habían visto en el video. La sesión le otorgó un millón de euros quitando la comisión de alojamiento web y representante etc.  Cerró la sesión de cámara y se fue a pegar una ducha.
Mientras se duchaba, recordó como lo bien que se lo pasaba en el edificio de Pornhome antes de que cerrará la empresa.  En esa época, se tiraba a todos los actores que había. Le encantaba eso. Sin embargo, ahora estaba intentando subsistir haciendo sesiones de cámara, que siempre habían sido viables en el negocio pero no te daban mucha fama. Sabía que el tío con el que se acababa de acostar era virgen, pero le daba igual. Hacía años que un hombre no le veía con esos ojos de tenerla más dura que un bloque de diamante.  La pierna le temblaba todavía y sentía mareos:
-Joder…- murmuró cuando salió a la ducha. Abrió uno de los cajones del lavabo y cogió una pastilla anticonceptiva. Tuvo suerte de que se pudiera llevar de la empresa un buen paquete de píldoras.  Se dispuso a comer mientras pensaba en cómo había pasado todas esas cosas y de la suerte que había tenido. Había ganado pasta y se la había tirado a un hombre. Eso no pasaba desde hacía ya varios años. Quería repetirlo. Si todo salía bien, y hacía una buena publicidad podría ser otra vez contratada en otra empresa y vivir en ese bacanal que era los edificios del porno. Además no era un negocio que perdiera nunca dinero, siempre había una buena renta.
Ella empezó a hacer sesiones lésbicas porque odiaba a los hombres. Cuando era pequeña, Clare sufrió un abuso infantil por parte de su padre que acabó en la prisión del Distrito Norte sección A-410. Pero, como decía ella, esto era así hasta que probó una polla. Después de aquel hecho, a la edad de los dieciocho años, el Gobierno paró de costearla su mantenimiento y ella tiró por sus contactos de redes sociales. Cuando cobró su primer sueldo se tatuó: “El infierno está vacío, los demonios están aquí”. Era de Shakespeare,  aunque ella lo desconocía. Fue la única vez que tuvo que coger un transporte. Aun recordaba lo sellado que estaba todo en el interior de esas cabinas grises y llenas de oxigeno de bombonas de oxígeno por las paredes. Tampoco tenía una mujer a la que seguir, ya que su madre murió en el parto.
A la tarde habló con su representante y le comentó que estaba en una situación muy peligrosa; en cualquier momento ese tío le podía denunciar por filtrar sus imágenes a la red y caerle, mínimo, dos años de condena. Clare, se sobresaltó asustada mientras el corazón le iba a una velocidad vertiginosa. La había liado parda. No sabía qué hacer.  Su representante, era frío con ella, porque tampoco era su plato fuerte; tenía, según él, a decenas de jóvenes más cachondas que ella y perderla en la cárcel no le suponía mucho. Así que tampoco hizo muchos esfuerzos para ayudar a Clare.
Decidió entonces, intentar saber quién era, con el fin de hablar con él antes de que las cosas se extendieran. Pero el caso era, que ni si quiera ella sabía de donde había salido ese tío. Todo había sido tan largo que ni si quiera sabía su nombre, solo que la había empotrado como un salvaje. Sin embargo, lo único que le ayudaba era que el hombre no llevase ningún indicio de traje especializado para salir a la calle y eso le hizo suponer que el hombre vivía en el mismo bloque individual.
A pesar de eso, tenía  un problema; no podía ir de puerta en puerta llamando. Los vecinos podrían ponerle una denuncia por escándalo público.   Y si además, las personas mayores del centro se darían cuenta de lo que había hecho, todo acabaría filtrándose por las redes sociales y su máscara- otorgada por  su nombre artístico de actriz porno- se rompería y toda su vida social (si es que, en esa vida, había un ápice de eso) se iría al garete.
Entonces, tras varios momentos de divagar asustada, dando vueltas alrededor de su pequeño apartamento, se le ocurrió; convocar en el foro una reunión urgente en la sala de juntas. Ella nunca había convocado una ni siquiera se había molestado en ir en una, pero era lo mejor que se le ocurría.
Hizo un post en el foro privado de la red del edificio y pidió que se bajara para hablar sobre un problema sobre las entradas de conexiones superiores (alegando que los sistemas ARVs estaban fallando cuando se le mandaba una dirección IP-cosa que era totalmente real-). La fecha más cercana que podía poner era dentro de tres días, así que eso es lo que hizo.

Mientras tanto, estuvo mordiéndose las uñas y mirando cosas en Internet, para poder pasar del tema. Hasta que se resolviera ese problema no iba a  tocarse el clítoris ni una sola vez para hombres que nunca se la iban a follar.

viernes, 26 de febrero de 2016

13º Entrada: Los hombres de las rosas rojas (novela) Capitulo 3

Volvemos a la historia de Ray y Fred. Hoy os traigo el tercer capitulo de mi proyecto más cinematográfico y lleno de acción. Espero que os guste :)
Como siempre, aquí tenéis el segundo capítulo de la obra. Y dentro de ese post, el primero.
Un saludo, que lo disfrutéis y muchas gracias por vuestro tiempo. 
Aquí para el segundo capitulo http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/10-entrada-los-hombres-de-las-rosas.html
III
Ray se encontraba en la cocina de su casa, tomándose un café junto a su bella mujer Amanda. Acababan de comer y comentaban inocentemente las noticias que aparecían en la anticuada televisión plana de su discreta y angosta cocina:
- ¿Tú crees que ha pasado hay arriba Ray?- preguntó la bella mujer morena con mechas rojizas.
-Yo que se cariño- dijo con sequedad- no soy un astrofísico o como se diga…
-Jo Ray, últimamente estas en otro planeta ¿Qué te pasa? ¿Ha ocurrido algo en comisaria?
Ray miró a su mujer, y la encontró más guapa que nunca. Aunque en ese momento, su comportamiento no lo reflejaba. Se arrepentiría de ello, pero Ray estaba sumido en los problemas del caso que estaba tratando… Junto a otro compañero, estaban desmantelando una empresa de armas que parecía que, gran parte de su capital, la recaudasen mediante unos sospechosos negocios por el suroeste del país. Había incluso espiado a uno de los contrabandistas, un tal, Frederic Clame, un conocido motorista en los bares de carretera, gracias a varios chats de moteros que había frecuentado en los últimos días.
- Será que mi cerebro viajaba con ellos- sonrió bromeando.
Se dio cuenta que Amanda no podía cargar con sus asuntos. Los asesinos en serie, el tráfico de drogas… todo ese licor corrosivo el cual se bañaba la ciudad de Nueva York- y, por supuesto, un policía local- no debería salpicar al delicado dulce que era Amanda. Ray, la protegía de todos los males, puesto que ella le enseñó que en la vida, aparte de dolor y paradoja, había también amor, dulzura y benevolencia. Todos los atributos humanos que Ray defendía, los veía reflejados, día a día en la cara de Amanda.
Sin embargo, parecía que el destino no quería que los asuntos se quedaran tras la puerta. Es más, a juicio de cualquier persona, se podría decir que el destino, ese mismo día, quiso que Ray sufriera como si fuera un perro vagabundo. Pues que ironía fue la de encontrarse, al mismísimo hombre que estaban espiando tirando con incontinente rabia la puerta de su casa. Amanda, se sobresaltó y miró hacía la puerta del apartamento… como recordaba Ray este suceso, recordaba hasta el más micro movimiento del rostro de su amante. Ojala fuera su rostro lo que le persiguiera, puesto que también recordó como su cabecita, conservada como un tesoro, era atravesada por una bala de 12,7 milímetros, la cual quedaba estampada en el azulejo de la habitación.
Sus ojos azules, no mostraban el brillo de la humanidad. Simplemente estaban ahí como si fueran dos agujeros hermosos, los cuales tenían uno no tan bonito entre ambos. La bala la había matado de una manera simple. Pero Ray, no estaba ahora mismo pensando en el leve sufrimiento de su querida… La flor de la rabia, roja y chillona floreció con tanta rapidez que le salió por la boca. Junto a ella, como si fuera una rosa le empezaron a atravesar miles y miles de espinas por su alma y empezó a llorar de dolor. Tanto, que despertó.
Gritó incluso despierto. Se llevó las manos a la cabeza y hasta que no se calmó por completo, no pudo empezar a preguntarse donde se encontraba- puesto lo último que recordaba era el bar en llamas-. El entorno le era tan familiar que incluso le entró nostalgia. Desde que dejo su pueblo- si es que a un convoy de caravanas se podría llamar pueblo- que no estaba en uno de esos cacharros metálicos. 
Observó más su alrededor y se encontró que todo el suelo estaba lleno de sangre, probablemente suya, aparte que notó que se encontraba lleno de vendas. Encima de la mesa, un pollo a medio comer que no es que tuviera una pinta suculenta y al lado de su cuerpo un libro empapado de sangre. Ray lo cogió con sus manos y se lo acerco a la cara, tenía curiosidad de saber qué libro era. En la portada solo había una cruz pintada en dorado, la cual estaba algo desgastada. Tiró el libro con desdén y decidió levantarse. Desgraciadamente, le empezó a doler la espalda y se acordó del perdigón que se había tragado cuando había saltado por la puerta del antro. De todas maneras, se tenía que levantar, puesto que temía que se fuera a encontrar cualquier otro peligro- una cosa normal desde que llego al sur del país-. Comenzó a andar con la mayor cautela posible y se llenó todo los pies de sangre. Que fuera su propia sangre hacia que no le diera tanto asco andar por ahí. De todas maneras, el hombre se asustó mucho cuando pasó por un armario y vio recostado en una de las paredes una escopeta Winchester. En ese momento, Ray temió por su vida, pensando que estaba en la caravana del tabernero. Luego, comenzó a usar un poco la lógica, y se percató de que, si ese hombre seguiría vivo debería estar ingresado, puesto que la absenta prendía como si fuera gasolina. Entonces, ¿Cómo había llegado a ese montículo? Y si no fuera así ¿Quién le había traído? Cogió el arma por si acaso y la cargó. Abrió la puerta y empezó a bajar las escaleras de metal. Las pisadas del pelirrojo resonaron en los peldaños de aluminio y como consecuencia, una voz aguada y acaramelada sonó:
-¡Hola! ¡Vaya te has levantado! ¿Qué tal te encuentras?
Ray alzó la mirada y se quedó petrificado. Una mujer, que rondaría su edad, le estaba mirando con sus ojos azules con impactos verdes. Su cabello era corto y de color castaño claro, hacía mucho tiempo que no veía una chica con un pelo corto, como cuando era un crio. Tenía una bella silueta llena de curvas, pero no en exceso, el cual lo tapaba con un vestido de una pieza verde con flores amarillas. Sin embargo, lo que dejo de piedra a Ray, no eran sus atributos físicos-que no eran para nada escasos- si no su rostro sonriente. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Casi ya 3 semanas? Desconocía ya cuanto tiempo había pasado sin que un ser humano no le quisiera quitar la vida y que además sonriera inocentemente. Pensó que estaba soñando. Cuando estas con insomnio no reconoces que es real y que es solo un simple sueño, todo lo ves con la misma nitidez. 
Ray se avergonzó de estar con el arma en alto y sus brazos cedieron, haciendo que el metal chocase con la arena del desierto:
-Si…- dijo colorido. 
Hubo un silencio que Ray lo clasificó como incómodo. Ray no sabía que contestar, no sabía si quiera si estaba soñando o no, todo le parecía tan onírico, nostálgico y sin ningún ápice de violencia que le parecía irreal. Se iluminó en él el gesto de educación que era haberle ayudado:
- Gracias por tráeme a tu… hogar- no sabía cómo llamar al trasto. 
-Es lo que nos enseñó el Señor. 
Puso una cara de rareza. Desde que perdió a su padre Ray había empezado a odiar a la religión. De todos modos, tenía que haberse dando cuenta de las creencias de la chica por varias minucias: la biblia que se había encontrado nada más despertarse, la inocencia ignorante y fértil que solo afloraba en los seguidores de lo astral… Intentó ocultar su posición de ateo:
-Me llamo Ray McGinty- dijo finalmente.
-Yo Clare- le ofreció una sonrisa.
Ray se quedó un poco desconcertado. ¿Clare y que más? Tampoco le dio mucha importancia, no le interesaba el apellido. Total, con el nombre ya tenía algún modo para dirigirse a ella. Se intentó poner recto pero, al hacerlo la espalda le dio un latigazo:
-Deberías descansar- comento la muchacha.
-¿Cómo me has extraído la bala?
-Fue muy complicado, en la espalda cuesta maniobrar.
Le extraño que usara la palabra “maniobrar” ¿Acaso la bala estaba muy metida para adentro? Sea como fuera, lo debía pasarlo por alto si lo que pretendía él era descansar allí. Necesitaba un cigarro. Se buscó en los harapos su paquete pero lo halló aplastado. Seguramente se había dormido encima de él. Maldijo su desdicha de nuevo. También se dio cuenta de que estaba hambriento, y que había perdido el cipo. Debido a ello, sintió la necesidad de ir a una gasolinera y comprar comida y tabaco: 
-Voy a comprar. ¿Necesitas algo?- preguntó Ray como gesto de educación.
-Mejor que no vayas Ray. Estas muy lastimado. Dime que quieres y te lo compro yo- ordenó Clare. Las palabras de Clame resonaron en Ray como una orden maternal. Una orden llena de cariño y preocupación por el bienestar del hombre.
-Tabaco y algo para comer. 
-¿Malboro?
-¿Cómo lo has sabido?
-No sé, lo he supuesto.
- Bueno, voy a intentar dormir…
- ¡Vale! ¡Qué descanses!- una sonrisa de amabilidad apareció en su rostro. Ray sintió como su aflorada rosa roja disminuía.
Ray subió las dos escaleras de metal y entró en la caravana ¿Quería dormir o, simplemente, quería volver a ver a Amanda? Tal vez, necesitaba volver a ver a su icono, a su cruz, la que le daba fuerzas para creer que había benevolencia y amor en la humanidad.
Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Ni siquiera sabía qué hora ni qué día de la semana era. Solo sabía cuáles eran sus objetivos: dormir y matar a Clame.

miércoles, 24 de febrero de 2016

12º Entrada: Equilibrio (Poema)

Nombre: Equilibrio
Genero: Poema.
Fecha: 2016 (a principios de Febrero más o menos).
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Caminando sobre la cuerda de un trapecista.
Luchando en sostener mi equilibrio mental:
Intentando sacar el jugo a las nueces,
intentando buscar la vitalidad  en la necedad,
o
caerme en la lluvia lógica
que se amontona en ríos de aislamiento
y en termina en el tedioso océano de soledad.

-Deberías pedir ayuda, decir lo que sientes.

¿Para qué hablar?
Si nadie quiere oír tu mente,
tu opinión,
tu interés.
Solo codifican esos huecos cerebros
lo que quieren escuchar.

-Deberías escuchar los consejos de los demás,

te ayudarían mucho.
¿Para qué escuchar?
Si esa vaciedad cerebral hace que las voces se repitan,
como la más vacua de las cavernas paleolíticas.
Si para poder escuchar ese eco, necio y repetitivo,
si para poder escuchar lo de siempre, lo de todos los días,
primero, uno tiene que bostezar.

Me quedaría en la cuerda, si no fuera porque es un fino filo;

una hoja que cuanto más estas más se enrojece.
Pero, hay estoy:
Entre volverme loco por la necedad, por la hipocresía, lo estúpido, por lo humano,
entre apuñalarme con el aburrimiento, el tedio, la apatía, por la rutina vital,
entre volarme la cabeza por lo absurdo, lo irracional, por lo tremendamente real de la Humanidad
o
en escapar en libros de papel
que crean finos momentos de ilusión,
en encerrarme en un circulo de botellas
que actúan como barrotes verdes de una prisión.

Llevo cientos de años avisado por Newton de que me voy a caer.

Nadie sabe hacia que lado del suelo ira mi vida.
El equilibrio no es eterno.

lunes, 22 de febrero de 2016

11º Entrada: Sin nombre (Novela) Cápitulo 3

Aquí tenéis el anterior capitulo, en el cual si no os habéis leído el primero, esté tiene el link: 
http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/8-entrada-sin-nombre-novela-capitulo-2.html

Espero que lo disfruteís. ¡Ahora volvemos con Rober! Espero que os guste. Un saludo a todos y muchas gracias por vuestra atención y tiempo. Por cierto, en este fragmento hay una escena de sexo, por si eso os hecha para atrás ; (Se que no putos morbosos)



3
Quedaban solo dos días para que le trajeran el pedido a Robert. La semana se la hizo bastante amena ya que estaba atareado haciendo consultas y, cuando tenía tiempo libre, hacia algún deporte en la web. En todo este tiempo,  solo estuvo comunicándose en ingles con el mundo, salvo cuando sus padres les mandaban un email en español. Acabó la semana con un millón de euros. Estaba en una época promiscua, porque las nuevas actualizaciones de software cerebral contenían aún fallos en el sistema y siempre  se acudía a los psicólogos para reparar esta clase de molestias. La mayoría de los casos, se basaban en ansiedad, psicosis e insomnio. Gran parte de la base de datos que tenía dentro de su cabeza abarcaban estos tres temas.
Él nunca había instalado un software de mejor rendimiento en su cerebro, excepto los software cognitivos necesarios para su ocupación. La inmensa mayoría de las personas, no eran capaces de vivir plenamente sin ninguno de estos programas, el noventa por ciento de las personas han tenido o tenían instalado por lo menos un software en esa época. En cambio, Robert, a pesar de tener muchas tentativas de hacerlo, él nunca se instaló nada así. Prefería tener su cerebro lo más intacto posible, puesto que desde su punto de vista, solo así podría ver la naturaleza de la psique y poder modificarla mejor.
Se estaba fumando su cigarrillo mientras observaba los  depósitos con unos ojos llenos de vacío mientras pensaba, teniendo una conversación consigo mismo:
“Se supone que soy una persona que entiende al humano cuando apenas ha visto a un puñado de humanos con sus propios ojos. ¿Qué es esta incongruencia? No tiene ni el más remoto sentido. Ni si quiera sé quién es el vecino que tengo en mi compartimento de al lado ni nada. Nunca me he molestado en salir al pasillo si quiera a hablar con mis vecinos…”.
Era un tipo bastante solitario. Había muchos como él. Normalmente, la gente se montaba encuentros y fiestas a  lo largo de todo un edificio en la sala de reuniones con los integrantes de la comunidad (que a lo sumo, si eran habitaciones individuales como la suya serían cuarenta personas), y eso si es que había jóvenes en ellas. Sin embargo, él no sabía nada de nada de sus vecinos, de las personas más cercanas a él. Conocía más a un hombre de Argentina que a cualquier persona en un radio de mil kilómetros.  Dentro de él esta falta de lógica estalló como un volcán en erupción. Nadie, en todos sus años de profesional, le había contado algo parecido.
 En ese momento, se sintió único.
Se levantó de la silla tan rápido que la volcó aparte de que chirrío. Olvidando el desorden, se apresuró a la puerta que no había abierto desde la última reunión que tuvo de vecinos hacía ya varios años. Tiró de la puerta y la cerró. Sabía que luego poniendo su ID y contraseña podía volver a entrar. Y siguiendo todo ese pulso repentino y sobrexcitado, llamó a la puerta de al lado.  Se oyó un sobresaltó. Como si alguien de un susto se hubiera cargado algo. Se oyeron unos pasos huecos que se acercaban a la puerta. En este momento de espera, Robert dudo, pero aguanto sus impulsos de huir. Por fin iba a ver a alguien. No sabía hacia cuanto no veía a nadie, si no era frente una pantalla de ordenador, como casi la mayoría del mundo.
Y por fin,
se abrió.
Nunca había visto a una mujer en carne y hueso salvo a su madre. Y le abrumo. Era una pelirroja teñida con un pelo liso que le llegaba hasta las orejas. Se tapaba cuidadosamente con una toalla su cuerpo. Robert veía todas sus curvas como señales cargadas de tentación. Sus ojos eran grandes y azules y sus labios eran de un rojizo natural.
Se quedaron los dos mirándose fijamente  durante un segundo que a Robert le pareció una milésima. Las pupilas de ambos se dilataron. Robert no sabía lo que le estaba pasando cuando notó que su polla estaba dura.
Algo despertó dentro de él, que le hizo cambiar de comportamiento. Se abalanzó hacia esa mujer. Ella no opuso resistencia. Las dos bocas se abrieron e intercambiaron sus lenguas impregnadas de saliva todo lo rápido que podían.  La empotró sobre la puerta de su cuarto. Ella no sujetaba ya aquella toalla azul y eso hizo que se sujetara por los cuerpos que estaban pegados el uno al otro. Robert no entendía nada de lo que estaba pasando, pero tampoco lo estaba pensando en esos momentos. Estaba tan cachondo que lo único que tenía en mente, era todos esos estímulos que la mujer le estaba dando. Su pelo rojizo. Las cosquillas de su cabello sobre su rostro. Lo suave que era su piel. Su polla dura y apretada sobre los muslos de la chica.
Empezó a pensar que estaba haciendo ahí cuando la mujer estaba a cuatro patas y con el culo respingón levantado mientras el metía y sacaba su miembro por su útero. Sudaba tanto que parecía que estaba llorando. Nunca había sudado tanto, ni en la cinta de correr de su casa. Sospechó de que todo esto, podría ser debido a que era la primera mujer que veía, delante suyo, con tanta poca ropa y siendo tan atractiva.
Tampoco pudo pensar mucho. Ella gritaba como si la estuvieran matando. Parecía que le daba igual sus vecinos. Hablando de ella, Robert no tuvo ningún problema para metérsela, tal y como se dice cuando te acuestas con una virgen.  Se la oía jadear mientras su ordenador estaba prendido y su pantalla en suspensión.  Tampoco sudaba ni parecía estar cansada  de tanto follar. Lo estaba disfrutando.
Le tiró en la cama y se puso encima de él. Y le montó como una loca. Le ponía la mano en sus pezones. Al final habló, en medio de todo el climax:
-¿Te vas a correr?
-Aaaah…. ¿Eh?
-¿¡Qué si te vas a correr!?
-¡Sí!
Ella se bajó de Robert y se puso de rodillas en el suelo mientras abría la boca lo más grande que podía y sacaba la lengua. Le asió la tranca tan rápida y tan fuertemente que Robert se corrió en el acto. Gritó. La mujer le relamió el miembro como si fuera una persona que no había comido en varios días. Cogió su mano izquierda y empezó a esparcir todo el semen que había echado Robert por todo su cuerpo.
-Ahora vete, por favor.
Robert ya no sabía cómo contestar ni cómo actuar. Así que, como un autómata que le acaban de dar una orden, se vistió con su escasa ropa y se fue.

Cuando llego a su casa, todavía no sabía si quiera el nombre de la mujer que se acababa de tirar. Se encendió un cigarrillo, mientras pensaba a ver cómo se llamaría, a que se dedicaría y cómo había pasado esto. De todos modos, la mujer le sonaba de algo pero no sabía, exactamente, de qué.

viernes, 19 de febrero de 2016

10º Entrada: Los hombres de las rosas rojas (Novela, 2º Capitulo)

Aquí tenéis el primer capitulo: http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/6-entrada-los-hombres-de-las-rosas.html
Esta novela, se centra en dos personajes, así que en el capitulo 2, leeréis la historia de un segundo personaje. Este personaje lo cree partiendo de un cuadro clínico antisocial, aunque es mucho más impulsivo que gran parte de los psicópatas.  
Sin más dilación, espero que lo disfrutéis. Gracias por leer. 
II

- ¡Joder Fredie te has lucido!- exclamó el muchacho mientras pegaba puñetazos al volante de su Dodge- ya sabía yo que el puto cliente me la estaba jugando… 100 de los grandes por matar a un madero de Brooklyn y a la puta de su esposa…. ¡Joder! Si el muy cabrón casi me mata a mí.
Poco a poco, Fred, comenzó a calmarse y a usar un poco la razón. De esta manera, se dio cuenta que por la zona en la que estaba ahora mismo circulando siempre rondaba algún que otro coche de la pasma, y eso, con un agujero en casi los mismísimos huevos, no le convenía nada. 
Puso la radio del coche, pensó que tal vez, mataría a su flor del nerviosismo echando a su fértil mente un poco de sal con actualidad. Condujo sumido en la voz de la presentadora de los informativos:
“Todavía la NASA no ha encontrado ningún rastro de la nave Ares II que alunizó en el satélite Fobos, el pasado sábado”.
Más que sal, esta clase de información era un fertilizante para Fredie ¿A él y al resto del planeta que más le daba lo que estaba pasando hay arriba? Le hubiera molestado menos, en ese preciso instante, que estallará la III Guerra Mundial antes de saber que una panda de pirados astronautas que se habían desintegrado en la más y oscura profunda nada:
“Ahora emitiremos unas palabras por parte de la madre del joven Leonard Greenter que ha…” 
-Joder- ya estaba hasta los cojones- ¡Que eso me importa una puta mierda!
Fred empezó a mover el dial de la radio para cambiar de emisora. Sin embargo, lo único que consiguió fue sacarlo del eje:
-¡No me jodas! ¡No me jodas!
O la percepción de Fred le quería tocarle más los casi sangrantes huevos o además es que había subido el volumen del aparato. Ahora la voz de una vieja chocha le estaba contando la vida de un muerto entre lágrimas. Desquiciado, empezó a meterle patadas a la radio para a ver si se callaba. Pero no, la carcamal seguía y seguía, con la tragedia de haber perdido al hijito de su alma.
De pronto, una fuerza sacudió todo su cuerpo y su cabeza fue a parar a una almohada que apareció, por arte de la mágica ingeniería del automóvil, delante suyo. A pesar del gran golpe que se había metido, el hombre esbozó un grito, que seguramente le oyó hasta al quien iba dirigido:
-¡Me cago en Dios!
Salió del coche y observo con que choco. Al menos fue un árbol de la avenida y no otro coche; Fred no podría verse otra vez con la ley. Arrancó con la fuerza que le quedaba las dos matriculas del carro, así sería más costoso que reconocieran el vehículo como el suyo y tenía ganarse un tiempo de no tener que pagar un sablazo de multa. 
Sin embargo, a pesar de andar cojeando y desangrándose pronto se dio cuenta de donde se encontraba: la casa de Hana pillaba cerca. Seguramente, su subconsciente le llevo a casa de la dichosa mujer la cual le había quitado todo excepto ese precioso trozo de metal que en ese mismo momento estaba dando un beso a un abeto. De todas maneras, al accidentado hombre no le quedaba más en toda la manzana podrida de Nueva York que la arpía de su exmujer. Solo la heladora Hana Carpenter podría ayudarle, aunque fuera por mera solidaridad humana, o, dicho de una manera más realista, por pena. 
Solo necesitaba llegar al estado de Pensilvania, curarse un poco la herida y hacer un par de llamadas y la dejaría en paz, como si se muriese. Llego cojeando y sangrando hasta la puerta de la casa de la mujer. Dejó gotas de sangre por el césped descuidado del jardín y llamó a la puerta mediante el timbre. Una mujer de pelo largo negro recogido en un moño improvisado, sin maquillaje y con albornoz abrió la puerta:
-¡¿Qué coño haces aquí?!- se sobresaltó nada más verle, luego, al ver sus desastrosas pintas agrego- ¡¿Y qué te ha pasado?!
Entre los leves suspiros de dolor de Fred se pudo diferenciar una frase de manera entrecortada:
-Hana, déjame entrar y te lo cuento todo… Aghh ¡Ahora! Pero en serio… si nos quedamos hablando aquí no va a ser bueno para ninguno de los dos. 
-Pero…
-¡Que me dejes entrar, hostias!- la aparto fuertemente y entró. Se tiró en el sofá de felpa y espero a que Hana viniera indignada a verle: 
-¿Sabes que si George te ve estamos los dos acabados verdad? Además, Anna estará al caer.
Fred mostró una leve sonrisa en el momento que oyó el nombre de su hija:
- Perfecto así tendremos una conversación padre e hija.
- No, no la habrá.
-¿Cómo has dicho?
- Fred, tienes, exactamente,- se miró al reloj de muñeca- quince minutos para curarte eso y si quieres te dejo utilizar el teléfono. Pero te tienes que ir antes de que vengan.
Quiso discutirlo pero el tiempo corría para el malherido hombre. Murmurando malhumorado fue al botiquín, se quitó la bala con dolor y se vendó la zona dañada. Aun cojeando, fue hacia la entrada y cogió unas llaves de la caja donde se guardaban todas. Sin embargo, para sorpresa de Fred, Hana le encontró in fraganti husmeando:
-¿Se puede saber que estás buscando?
-El teléfono… ¿Dónde cojones habéis puesto el teléfono ahora?
- En la cocina Fred, siempre ha estado allí- comentó aquello con un aire de recochineo, como si cuestionara su inteligencia. 
Fred se apresuró a sacar la tarjeta con el número del cliente de su cazadora:
-Señor C, soy Fred. El contrato ha terminado… Si, la mujer también está muerta… No, no he podido sacar una foto al cadáver, no tenía batería en el mo… ¿Cómo? Ni siquiera me va a dar la mitad del salario por haber eliminado a uno de los objetivos… Ya sé que el hombre era el objetivo principal pero… Joder, está bien, pero deme dinero por adelantado, el mamonazo me ha pegado un tiro y estoy malherido… Estese tranquilo, para un par de meses el poli estará con su mujer. 
Colgó el teléfono de malhumor; odiaba negociar con los clientes. De todas maneras, ejecutó otra llamada, esta vez a Nuevo México: 
- ¡¿Qué pasa tío Alan?! ¡Maldito lunático de la Winchester! ¿Oye, sabes dónde anda papa?... Aja, dile que me estaré hospedando en un hospital en Pensylvania, que se lo diré con mayor exactitud luego, y que, en cuanto me recuperé iré para allí ¡Como en los viejos tiempos!
Esta vez, colgó el teléfono más suavemente, se notaba que le había gustado hablar con ese familiar. Posó su mirada en la mujer que estaba impaciente de que se fuera:
- Bien, ya tienes todo ¿no? Pues venga fue…
- Dile a Anna de mi parte que…
- No le voy a decir nada de tu parte.
-No me jodas Hana. Que es mi hija.
- Me importa una mierda que sea fruto de tu esperma. George se ha preocupado más que tú de ella. Para ella, él es su padre.
- No entiendo como estas con el meapilas ese.
- ¿y a ti que te importa? ¿Cuándo te ha importado más mi vida o la de tu hija que la tuya? ¡vete ya!
-Siempre igual contigo, Hana. Mira… que te den por culo, si es que George es el que da en la relación.
Le pego tal tortazo que se calló:
-Bueno, me piro- pronunció finalmente mientras abría la puerta. Cuando quedaban escasos centímetros para que la puerta se cerrara Fred agrego- Por cierto, gracias por devolverme la Harley, cariño.
Bajo el ruido famoso de la moto se oía el grito apagado de Hana:
-¡Hijo de puta!

miércoles, 17 de febrero de 2016

9º Entrada: Un poema a la gente de carton (Poema)

Nombre: Un poema a la gente de carton
Genero: Poesía
Fecha de creación: 2015
UN POEMA PARA LA GENTE DE CARTÓN
Personas de cartón,
voces dulces que en noches
en las que la ves a la soledad
como un abrigo aislante
y te aferras como un naufrago
a un tablón de cartón.

Oh, sí, esos productos
Esas piezas creadas
para hacer el decorado
de los teatros,
de los cines,
que dicen que te aprecian
que te dicen que te apoyan,
pero que a fin de cuentas
tienen su grandeza en su alma.
Porque su alma es una cáscara.

Oh,si.
Yo, los conozco bien.
Esas personas bajo sonrisas
bajo míseros formalismos
que no llegan a nada.
Esa gran cantidad
de almas que vagan
y caminan
y pasean
a lo largo de tu vida.

Su cuerpo es lo único
que les hace identificarse
como especie humana.
Porque sus risas son enlatadas
como las telecomedias americanas.
Porque sus chistes son repetitivos
como los rancios monologuistas.
Son gente fabricada,
gente de cartón.
No te dejes embaucar.
He tenido novias de cartón.
He tenido amigos de cartón.
He tenido familiares,
he tenido conocidos,
he tenido amores de cartón.

Y lo único real,
lo único que su esencia
es puramente verdadera;
es la verdad:

Estás solo.

martes, 16 de febrero de 2016

8º Entrada: Sin nombre (Novela) Capitulo 2.

Link al capitulo 1: http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/3-entrada-sin-nombre-novela.html
Nota: Podeís leer esta entrada sin ningun problema,  ya que la historia de este capitulo la protagoniza otro personaje. Espero que os guste. Como siempre, mis mas sinceros agradecimientos a todos.
2
“El infierno está todo en esta palabra: Soledad” se oyó en el altavoz que estaba bajo una fotografía. La imagen de un hombre asiático con el pelo negro y  con una coronilla. Sus ojos cerrados y negros hacían el mismo efecto que hace la Mona Lisa de DaVinci; parecía que te miraba fijamente  mientras permanecías en la sala. Jason tuvo que perder su hora de comer para hablar con el psicólogo, Robert. Concretó una cita a cuenta de que no podía dormir. Su sistema operativo, viejo y anticuado (lo tenía desde que nació),  hizo que Robert perdiera más de media hora en compatibilizar la receta para que la pudiera instalar.
Al igual que todos aquellos hombres y mujeres que trabajaban en el Sector 7-G, Jason no se podía permitir un nuevo sistema de transferencia intracraneal.  Por lo tanto, tampoco podía usar el sistema ARV ni ningún otro que era imprescindible para tener una calidad de vida estándar.  Volvió a trabajar, puesto que no tuvo tiempo para instalar la receta en su cerebro. Le tocaba turno de noche, aunque solo el reloj colgado en la sala de montaje mostraba un ápice de que el tiempo pasaba en aquella enorme factoría.  Las luces fluorescentes siempre estaban encendidas y daban una visibilidad más que notable a toda la fábrica. Para no gastar en electricidad (ya que apagar la este tipo de luz gasta más encenderla que mantenerla), nunca se apagaban las bombillas. Podría resultar incómodo, pero la población estaba más que acostumbrada a dormir con la luz encendida.
Comió un poco de arroz que le había guardado su amigo John, nada más verle por el pasillo, yendo a la zona de embalajes de la empresa nacional.
“Pensar de manera individual es pensar en lo terrenal, en la maldad. Solo pensando por y como el colectivo puede, el hombre, ser bueno y puro”.
Se sabía todas las frases que  sonaban a cada hora por los altavoces. Las había oído tantas veces, que ya había perdido todo el significado en su mente. Solo eran sonidos articulados sacados de una bocina gris.
Llegaron sin hablar entre ellos nada. Las únicas dos frases fueron las más normales cuando hay alguien que le hace un favor a otro:
-Gracias.
-De nada.
Entre ellos podían hablar en chino, pero se comunicaban en lenguaje universal, ingles. Estaban acostumbrados a usarlo. Más del ochenta por ciento de las conversaciones se hacían en universal, incluso los documentos oficiales de cada país estaban en ese idioma. Abrieron las puertas grises que les llevaban a la sala principal. Esta vez, tuvieron que cruzar la mitad de la zona de trabajo a porque la parte de envíos estaba en una esquina, al lado de las estaciones de carga.  Tardaron más de diez minutos en llegar a su zona.
Una larga cola de plástico negra pasaba horizontalmente lo largo la sala. La cinta hacia un leve zumbido que parecía un pequeño susurro constante, como cuando alguien te cuenta un secreto al oído. Sin embargo, este susurro no decía nada. Llegaron finalmente al final de la sala y se pusieron los monos de trabajo.  A John le tocaba apilar los materiales en uno de esos coches que cogen palés. A Jason, le tocaba preparar los envíos.
Empezó a precintar sistemas de ARV. Esos sistemas que él nunca iba a utilizar en toda su vida. Cogía la factura, lo leía y metía el informe en el fondo de una caja llena de corcho. Luego cogía el modelo de sistema ARV que correspondía con el pedido, y lo metía dentro de la caja y la precintaba. Así eran todos los días. O todas las noches.  A veces, no sabía si quiera estaba soñando o no. Porque también soñaba con su trabajo. Cajas. Cajas. Y cajas.
Estuvo media hora trabajando y ya había perdido la cuenta de las cajas que había  ya, embalado.  El seguía y seguía, metiendo informes y sistemas ARV. Empaquetando y precintando. Cajas marrones. ARV rojos. Facturas amarillas.
Y el ruido de afuera, tampoco ayudaba. La voz del megáfono. El coche levantando y dejando palés. Los pasos de los obreros que entraban y salían de la sala. Las puertas principales abriéndose y cerrándose.
Todo, todo esto era para el baile y la sinfonía del Tedio.  De pronto, algo le zarandeó fuertemente. Lo sintió tan fuerte que se giró lo más rápido que pudo.  John le estaba agarrando del brazo:
-Te estas durmiendo y el gerente está haciendo una revisión.
Miró a las cajas que ya había empaquetado. Había tantas que se negó a contarlas y siguió empaquetando.
Y así siguió. Caja, tras caja, tras caja. La bocina gris anunciaba:
“El trabajo nos libera de pensar para nosotros mismos”.


Y siguieron las cajas. Y las cajas. Y las cajas.

lunes, 15 de febrero de 2016

7º Entrada: Los ojos se van agrisando (poema)

Nombre: Los ojos se van agrisando.
Género: Poema
Escrito: 2015
No son las cuatro paredes
y dos desordenados techos
los que hacen que tus manos
y las demás no se enlacen.

No son tus fuertes chistes
tus satíricas bromas
llenas de una ira ofuscada
las que te hacen arquear
tu mandíbula de forma desternillante.

No son tus contactos exteriores
los que te hacen sonreír
los que te hacen vivir.
Es como si preferirías la paja
a los, poco a poco, ocasionales
y alcoholizados polvos.

No son todos aquellos
que aseguran su apoyo,
que vendrán a ser tu rama
cuando en el agitado vuelo
haya un descenso
y debas apoyarte en una de estas.
Este árbol está muerto.
Quedarás tetrapléjico.

No hay manos a las que agarrar.
No hay risas que destilen tu felicidad.
No hay gente que te haga sentir tan vivaz
que lo que puedes lograr tú mismo.
No hay árboles sanos en este bosque.
Hasta tú, rama que se autocompadece
has fallado a miles y miles de pájaros.

Y
Poco a poco, los días venideros
se ocultan en días grises
en días con mucha gente
pero que son ciclos desolados.

Y
Poco a poco, las risas son formalismos
estar jodido y reírse de todo
porque nadie quiere ver a un payaso
con su mandíbula arqueada hacia abajo.

Y
Poco a poco, las verdades son inalcanzables.
Y compras más botellas por si se encuentra, al final.
Pero solo llegas a la mera conclusión
de que la vida, como el orujo, es amarga.

Y
Poco a poco, todo eso que te habla
que cree autocompadecerte
que cree oler tu esencia
poco a poco,
estará más lejos.
Como las estrellas de una noche
en un pueblo sin farolas.