martes, 9 de febrero de 2016

3º Entrada: Sin nombre (Novela)

Nombre: Sin nombre (¿Havok?)
Genero: Ciencia Ficción Distópica.
Fecha: 2014
Nota: Puede que haya algunos fallos o erratas. Tened en cuenta que estoy subiendo algunas cosas que tenía escritas y aparcadas en mi cajón. La idea de esta novela es bastante buena en mi opinión. Todos los martes subiré un capitulo de esto hasta que lo haya subido todo. Si os gusta, podría continuarlo.

“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas.”


Albert Einstein.
1
Robert se despertó a las 07.30. El ordenador se prendió, automáticamente, a las 07.27. Le desveló cuando la voz artificial de una mujer le daba los buenos días. La pantalla azulada del sistema le hirieron las pupilas azuladas. Le estallaba la cabeza. Recordó que se había quedado sin el suministro de cerveza ayer y eso que era principio de mes. Hasta el mes que viene no iba a tener más, a no ser, que lo encargara por correo de manera extraoficial, aunque debería esperar una semana para que se pudiera pasar sin que el Sistema de limpieza de correo lo detectara.
-Reproducir: Tempestad-Beethoven- dijo en un tono neutro mientras observaba en el techo de su habitación blanco y vacío. Le gustaba la música clásica porque no había que pagarla.
Bajo luz fluorescente de su apartamento se acercó al dispensador A y  se sacó su café y su pieza alimentaria del B. Hoy le habían enviado una palmera de coco. Se la comió mientras veía las noticias en el canal. No había nada nuevo salvo que el Servidor Norte estuvo de mantenimiento a las 23.00 por un ataque ciberterrorista de la banda de Perezagua. Debido a ese incidente, Robert perdió la noción del tiempo y se quedó hasta la madrugada instalando en su Sistema Mental una actualización enviada por la APA(American psychological association). Cuando tenía que hacer estas cosas, en su interior, se despertaba una fuerte sequedad en su boca y este hecho, la noche anterior le hizo beber unas latas de cerveza.
Siempre son ellos, pensó, deben estar en todos lados.
Las noticias se podían ver en directo mientras lo subían en la red. Todas las imágenes eran interiores. La noticia de la caída del servidor fue cubierta con una fotografía de una inmensa maquina electrónica que el mismo Robert desconocía cómo funcionaba.
Volvió a depositar la taza del café y el plato donde estuvo la palmera, en el tubo de envíos de material sucio que se encontraba entre el dispensador A y B. Ejecutó el Skype y se puso a trabajar. Su anunciante online, un hombre moreno y con ojos oscuros, había logrado en el Havok unos cuantos clientes para su consulta. Los nuevos clientes eran todos de países que ni si quieran formaban parte de la Unión Europea. Sobre todo, eran asiáticos, chinos normalmente, que tenían algunos síntomas de los más desagradables para el que lo padece de ansiedad y estrés. Vivían encerrados en enormes factorías y dormían en habitaciones de menos de veinte metros y la falta de  tener un lugar que podrían denominar como “suyo” les hacía recaer en grandes depresiones o sufrir grandes ataques de ansiedad (Renteria et al. 2056).
Robert, les citó en el programa cada uno a una hora de la mañana distinta. Los trató de una manera automática y objetiva, tal y como su software cerebral le dictaba. Más tarde, después de estudiar los síntomas, detectaba que proceso mental estaba mal y les enviaba un driver para que instalaran y solucionarlo. Cobraba 1.200 euros por hora. Se sacó en una mañana unos 4800 euros. Eso le servía para comprarse el pack de cervezas para todo el mes, y  aparte con lo que tenía ahorrado, poder comprarse el sistema de conexión que ya le exigía, poco a poco, el Gobierno. Con ese nuevo sistema, al fin, podría meterse en el Havok. Hacía meses que no podía meterse en aquella plataforma a cuenta del nuevo parche que habían metido en la infraestructura (después de ganar los conservadores las actualizaciones de hardware eran, cada vez, más rápidas, hasta el punto de que solo los que tenían el sistema de ARV (Acceso a Realidad Virtual) más nuevo podían meterse en a las infraestructuras más renovadas del macro-servidor).
Se metió en varias páginas para comprar la cerveza y el sistema ARV. Tardó más de tres horas, en busca del precio más barato. A la tarde, hizo un informe de su actividad a la APA.  Luego navegó por las redes sociales un poco y observó que Tomas, un amigo suyo de deportes de shooter, le había invitado a su boda con Joana, una chica que había conocido en ajedrez.  En la carta online,  la imagen de los dos enamorados se encontraba separada. Eran las fotos reales y no la de sus avatares informáticos y debido a eso no podía salir los dos juntos. Joana, vivía en Israel y Tomas, en Argentina, pero iban a vivir juntos en Rusia, porque los pisos eran bastantes más baratos allí. La invitación de la boda le marcaba un número IP que debería meter en su interfaz ARV. Esto le conduciría a una sala donde todos los invitados y los novios presenciarían la boda.
Robert se acordó entonces de sus padres en ese momento. Sus padres le escribían emails cada semana, ya que él nunca cogía les cogía el Skype y el Havok se le quedaba muy lejos de su entendimiento.  Se acordó precisamente, en lo tediosos que estaban sus padres desde hace ya tantos años que él mismo había perdido la noción del tiempo que había pasado desde aquella primera vez que su madre le insinuó que debería casarse.  Tampoco le interesaba mucho casarse, el placer sexual que tenía en  el sistema Havok no le parecía una cosa del otro mundo.  Prefería hacerse una paja viendo un video porno, porque, a fin de cuentas, era algo mucho más económico y rápido.  Sin embargo, todos los días no paraba de tener la sensación de que algo estaba haciendo mal. Una voz, digamos que era una voz, le decía todos los días y todas las noches: “Debes casarte”, “Debes enamorarte”, “Debes tener hijos” “Debes amar a alguien”. Algo dentro de él, le decía que debería meterse a todas esas páginas de amor que le enlazaba sus padres por el mail  y por los mensajes instantáneos de los chats.
Envió el informe a la APA y mientras esperaba la subida a la red se lió un cigarro y salió de su habitación y se fue a su cocina llena de dispensadores. Era el único lugar que se permitía fumar, en la zona del ordenador, la nicotina acabaría estropeando la placa base llenándola de un polvo pegajoso.  Mandó levantar la persiana que había entre las dos cristaleras de la ventana.  Robert se quedó mirando al cielo y a ese paisaje terrenal que había enfrente de él. Miles y miles de grises edificios más altos que las secuoyas le miraban por las ventanas, en las que se notaba vaciedad.  Todas las persianas de sus vecinos permanecían cerradas.  Todos temían a subir las persianas a  las 17.00, presas del miedo de encontrarse con un agujero de ozono que podría,  dejarles ciego o, incluso, provocarles un cáncer en la piel.  Sin embargo, Robert, era tan despistado, en ocasiones, que se había olvidado de los consejos de seguridad contra los rayos uva en ese momento.
El cielo, estaba gris. Pero no esa clase de gris típico del Norte de España, perla, el cual anuncia un chaparrón inminente. Se trataba de un gris más bien negruzco. Creado por unas nubes que sobrevolaban cerca de la ventana de Robert y se movían muy rápido:
-Qué bonito paisaje- comentó, sin ningún ápice de sarcasmo.

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