viernes, 26 de febrero de 2016

13º Entrada: Los hombres de las rosas rojas (novela) Capitulo 3

Volvemos a la historia de Ray y Fred. Hoy os traigo el tercer capitulo de mi proyecto más cinematográfico y lleno de acción. Espero que os guste :)
Como siempre, aquí tenéis el segundo capítulo de la obra. Y dentro de ese post, el primero.
Un saludo, que lo disfrutéis y muchas gracias por vuestro tiempo. 
Aquí para el segundo capitulo http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/10-entrada-los-hombres-de-las-rosas.html
III
Ray se encontraba en la cocina de su casa, tomándose un café junto a su bella mujer Amanda. Acababan de comer y comentaban inocentemente las noticias que aparecían en la anticuada televisión plana de su discreta y angosta cocina:
- ¿Tú crees que ha pasado hay arriba Ray?- preguntó la bella mujer morena con mechas rojizas.
-Yo que se cariño- dijo con sequedad- no soy un astrofísico o como se diga…
-Jo Ray, últimamente estas en otro planeta ¿Qué te pasa? ¿Ha ocurrido algo en comisaria?
Ray miró a su mujer, y la encontró más guapa que nunca. Aunque en ese momento, su comportamiento no lo reflejaba. Se arrepentiría de ello, pero Ray estaba sumido en los problemas del caso que estaba tratando… Junto a otro compañero, estaban desmantelando una empresa de armas que parecía que, gran parte de su capital, la recaudasen mediante unos sospechosos negocios por el suroeste del país. Había incluso espiado a uno de los contrabandistas, un tal, Frederic Clame, un conocido motorista en los bares de carretera, gracias a varios chats de moteros que había frecuentado en los últimos días.
- Será que mi cerebro viajaba con ellos- sonrió bromeando.
Se dio cuenta que Amanda no podía cargar con sus asuntos. Los asesinos en serie, el tráfico de drogas… todo ese licor corrosivo el cual se bañaba la ciudad de Nueva York- y, por supuesto, un policía local- no debería salpicar al delicado dulce que era Amanda. Ray, la protegía de todos los males, puesto que ella le enseñó que en la vida, aparte de dolor y paradoja, había también amor, dulzura y benevolencia. Todos los atributos humanos que Ray defendía, los veía reflejados, día a día en la cara de Amanda.
Sin embargo, parecía que el destino no quería que los asuntos se quedaran tras la puerta. Es más, a juicio de cualquier persona, se podría decir que el destino, ese mismo día, quiso que Ray sufriera como si fuera un perro vagabundo. Pues que ironía fue la de encontrarse, al mismísimo hombre que estaban espiando tirando con incontinente rabia la puerta de su casa. Amanda, se sobresaltó y miró hacía la puerta del apartamento… como recordaba Ray este suceso, recordaba hasta el más micro movimiento del rostro de su amante. Ojala fuera su rostro lo que le persiguiera, puesto que también recordó como su cabecita, conservada como un tesoro, era atravesada por una bala de 12,7 milímetros, la cual quedaba estampada en el azulejo de la habitación.
Sus ojos azules, no mostraban el brillo de la humanidad. Simplemente estaban ahí como si fueran dos agujeros hermosos, los cuales tenían uno no tan bonito entre ambos. La bala la había matado de una manera simple. Pero Ray, no estaba ahora mismo pensando en el leve sufrimiento de su querida… La flor de la rabia, roja y chillona floreció con tanta rapidez que le salió por la boca. Junto a ella, como si fuera una rosa le empezaron a atravesar miles y miles de espinas por su alma y empezó a llorar de dolor. Tanto, que despertó.
Gritó incluso despierto. Se llevó las manos a la cabeza y hasta que no se calmó por completo, no pudo empezar a preguntarse donde se encontraba- puesto lo último que recordaba era el bar en llamas-. El entorno le era tan familiar que incluso le entró nostalgia. Desde que dejo su pueblo- si es que a un convoy de caravanas se podría llamar pueblo- que no estaba en uno de esos cacharros metálicos. 
Observó más su alrededor y se encontró que todo el suelo estaba lleno de sangre, probablemente suya, aparte que notó que se encontraba lleno de vendas. Encima de la mesa, un pollo a medio comer que no es que tuviera una pinta suculenta y al lado de su cuerpo un libro empapado de sangre. Ray lo cogió con sus manos y se lo acerco a la cara, tenía curiosidad de saber qué libro era. En la portada solo había una cruz pintada en dorado, la cual estaba algo desgastada. Tiró el libro con desdén y decidió levantarse. Desgraciadamente, le empezó a doler la espalda y se acordó del perdigón que se había tragado cuando había saltado por la puerta del antro. De todas maneras, se tenía que levantar, puesto que temía que se fuera a encontrar cualquier otro peligro- una cosa normal desde que llego al sur del país-. Comenzó a andar con la mayor cautela posible y se llenó todo los pies de sangre. Que fuera su propia sangre hacia que no le diera tanto asco andar por ahí. De todas maneras, el hombre se asustó mucho cuando pasó por un armario y vio recostado en una de las paredes una escopeta Winchester. En ese momento, Ray temió por su vida, pensando que estaba en la caravana del tabernero. Luego, comenzó a usar un poco la lógica, y se percató de que, si ese hombre seguiría vivo debería estar ingresado, puesto que la absenta prendía como si fuera gasolina. Entonces, ¿Cómo había llegado a ese montículo? Y si no fuera así ¿Quién le había traído? Cogió el arma por si acaso y la cargó. Abrió la puerta y empezó a bajar las escaleras de metal. Las pisadas del pelirrojo resonaron en los peldaños de aluminio y como consecuencia, una voz aguada y acaramelada sonó:
-¡Hola! ¡Vaya te has levantado! ¿Qué tal te encuentras?
Ray alzó la mirada y se quedó petrificado. Una mujer, que rondaría su edad, le estaba mirando con sus ojos azules con impactos verdes. Su cabello era corto y de color castaño claro, hacía mucho tiempo que no veía una chica con un pelo corto, como cuando era un crio. Tenía una bella silueta llena de curvas, pero no en exceso, el cual lo tapaba con un vestido de una pieza verde con flores amarillas. Sin embargo, lo que dejo de piedra a Ray, no eran sus atributos físicos-que no eran para nada escasos- si no su rostro sonriente. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Casi ya 3 semanas? Desconocía ya cuanto tiempo había pasado sin que un ser humano no le quisiera quitar la vida y que además sonriera inocentemente. Pensó que estaba soñando. Cuando estas con insomnio no reconoces que es real y que es solo un simple sueño, todo lo ves con la misma nitidez. 
Ray se avergonzó de estar con el arma en alto y sus brazos cedieron, haciendo que el metal chocase con la arena del desierto:
-Si…- dijo colorido. 
Hubo un silencio que Ray lo clasificó como incómodo. Ray no sabía que contestar, no sabía si quiera si estaba soñando o no, todo le parecía tan onírico, nostálgico y sin ningún ápice de violencia que le parecía irreal. Se iluminó en él el gesto de educación que era haberle ayudado:
- Gracias por tráeme a tu… hogar- no sabía cómo llamar al trasto. 
-Es lo que nos enseñó el Señor. 
Puso una cara de rareza. Desde que perdió a su padre Ray había empezado a odiar a la religión. De todos modos, tenía que haberse dando cuenta de las creencias de la chica por varias minucias: la biblia que se había encontrado nada más despertarse, la inocencia ignorante y fértil que solo afloraba en los seguidores de lo astral… Intentó ocultar su posición de ateo:
-Me llamo Ray McGinty- dijo finalmente.
-Yo Clare- le ofreció una sonrisa.
Ray se quedó un poco desconcertado. ¿Clare y que más? Tampoco le dio mucha importancia, no le interesaba el apellido. Total, con el nombre ya tenía algún modo para dirigirse a ella. Se intentó poner recto pero, al hacerlo la espalda le dio un latigazo:
-Deberías descansar- comento la muchacha.
-¿Cómo me has extraído la bala?
-Fue muy complicado, en la espalda cuesta maniobrar.
Le extraño que usara la palabra “maniobrar” ¿Acaso la bala estaba muy metida para adentro? Sea como fuera, lo debía pasarlo por alto si lo que pretendía él era descansar allí. Necesitaba un cigarro. Se buscó en los harapos su paquete pero lo halló aplastado. Seguramente se había dormido encima de él. Maldijo su desdicha de nuevo. También se dio cuenta de que estaba hambriento, y que había perdido el cipo. Debido a ello, sintió la necesidad de ir a una gasolinera y comprar comida y tabaco: 
-Voy a comprar. ¿Necesitas algo?- preguntó Ray como gesto de educación.
-Mejor que no vayas Ray. Estas muy lastimado. Dime que quieres y te lo compro yo- ordenó Clare. Las palabras de Clame resonaron en Ray como una orden maternal. Una orden llena de cariño y preocupación por el bienestar del hombre.
-Tabaco y algo para comer. 
-¿Malboro?
-¿Cómo lo has sabido?
-No sé, lo he supuesto.
- Bueno, voy a intentar dormir…
- ¡Vale! ¡Qué descanses!- una sonrisa de amabilidad apareció en su rostro. Ray sintió como su aflorada rosa roja disminuía.
Ray subió las dos escaleras de metal y entró en la caravana ¿Quería dormir o, simplemente, quería volver a ver a Amanda? Tal vez, necesitaba volver a ver a su icono, a su cruz, la que le daba fuerzas para creer que había benevolencia y amor en la humanidad.
Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Ni siquiera sabía qué hora ni qué día de la semana era. Solo sabía cuáles eran sus objetivos: dormir y matar a Clame.

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