Se empieza a desvestir tras un suave click
que desenvuelve toda la silenciosa habitación.
Mientras observas como es su cuerpo, obra de arte creada por la
genética, sientes la presión de la
tentación de bajarte los pantalones y los calzoncillos. A ella no le importa
que no te quites nada más.
Habla un perfecto inglés norteamericano que más quisieras dominar. Tu mente
esquiva todos esos estímulos auditivos porque la flecha de tu atención se clava
en su esbelto cuerpo. A ella no le
importa que no la escuches. A ella, tampoco, le importa esa conducta un tanto,
machista por tu parte de alabarla, solo, por su físico.
Desfila por tu rango de visión, con la delicadeza de un pájaro que se apoya
en la rama de un árbol seco. Y no te importan las cortinas que ves mientras
ella revolotea. Y no te importa el cuadro de Van Gogh que se sostiene en la
pared. Solo observas ese santo grial viviente cargado de lujuria.
Sin taparse con las sabanas, se postra en la cama lanzándote una mirada
que nunca la has visto realmente. Esa
clase de miradas que te parecen de fantasía. Como cuando exageran en las
leyendas griegas la belleza de una mujer diciendo que por ella morirían todos
los hombres. Pero, en este momento, solo te la está mostrando a ti. Y aunque tú
lo desconozcas, a ella no le suele importar.
Juguetea con su entrepierna con la inocencia de una niña que acaricia una
mariposa en un jardín de infancia. Ese juego, simple y vulgar, hace que bufés
de una manera sutil y específica, como si la hubieras aprendido en un
condicionamiento clásico. A ella, tampoco, le importa tus gestos soeces.
Comienza a mediar susurros que son bombas atómicas de una milésima parte de
lo que es su placer. Tal vez esté, simplemente, fingiendo. Pero tienes la mano
ya en tu miembro viril y tu sangre no bombea lo suficiente para que pienses
más. A ella no le importa, ni siquiera, que hayas caído en su engaño.
Los alaridos de puro placer, se entremezclan en un coctel de insultos en
inglés, tan típicos, que hasta tú eres capaz de entender en ese estado de
concentración sexual. El éxtasis va tan rápido que si te vieran los policías te
pondrían una multa. Pero a ti y a ella os da igual eso.
Terminas en un sumun que sale de una pistola color carne que tienes
colgando desde que tienes consciencia. Y te despides de esa belleza, de esa
mujer que te ha dado un corto pero fuerte golpe de placer. E igual que como
empezaste. Click. Y se va. A ella no
le importa que la hayas dejado a medias.
Vuelves a ver miles de celdas. De miles de santos griales vivientes de
lujuria. Cualquiera de ellas te hubiera dado el mismo resultado. Pero a ninguna
de ella le importa que hayas elegido a la dulce veinteañera de los ojos azules
y el pelo castaño.
Te enciendes un cigarrillo y te pones a escuchar Three Days Grace. Te
sientes identificado con la canción Misery
Loves my Company. Porque te sientes así. Solo. Ahogado en desdichas. Sin
embargo, nadie es consciente de tu necrosada existencia, que se desgaja por la
lepra que te ha brindado la soledad. Tampoco dices nada, no crees que a nadie
le importe cómo te sientes realmente. Y si eso fuera mentira, tampoco hay un engranaje para
cambiarte. Tampoco hay una oración religiosa que te vuelva a ser humano.
Tampoco hay una tirita para tapar y sanar una herida tan grande. Tampoco hay un
oncólogo capaz de extirparte un tumor maligno tan grande.
Te vienen a la cabeza toda esa gente que pensabas que estaban para
ayudarte, y lo mal que la has tratado. Te vienen a la cabeza todos esos
intentos de hacer algo con tu triste vida que se desgaja igual que la mandarina
que tomas de tentempié. Te vienen a la cabeza tantas cosas, que el mísero papel
te parece un objeto inútil. Tal vez, su utilidad está tan vacía como lo estás
tú. Pero tampoco importa ahora mismo nada de eso.
Tampoco puede importarte alguien, si tampoco te importa tu vida.
--------
ESCRITO EN EL 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario