Genero: Humor negro.
Fecha: 2013
Nota: Este relato, a pesar de que tiene algunos fallos sobre los procesos judiciales de la custodia de menores y alguno que otro más sobre como funciona el sistema penitenciario, es una historia bastante macabra, sucia, informal. El humor negro es uno de mis géneros favoritos, no os voy a mentir.Y mediante este relato en el que todo va de Guatemala a Guatepeor intento reflejar lo irónica que puede ser la vida. Este relato se ambienta, sobretodo, en la calle de Iturribide. Esta calle que tantas horas del sábado he pasado y que tiene personas de lo más variopintas. Os aseguro que os vais a partir el culo.
EL círculo carcelario de Jon Barrio
(Humor negro)
No sé ni siquiera para qué coño escribo esto, pero
bueno. Total, aquí lo único importante es el dinero y por lo tanto, ya se
sabe de antemano que va a pasar con mi vida. Cuando veáis a la mañana estas
hojas mal escritas al lado del cuerpo colgado de un veinteañero, vosotros
sabréis lo que hacéis con esto. Si queréis cumplir mi última voluntad, por
favor, pasadle esto a ese jodido juez Barroso, que es más facha que el Fraga,
para que haga lo que le salga del nabo con él… como si se fuma un porro con
esto, la verdad. ¿Por qué digo esto? Bien sencillo, porque las pobres victimas
de mi monstruosa anécdota (mira, un buen titular para vuestra Gaceta) son unos
humildes banqueros y yo, un malvado delincuente juvenil recién sacado de la
prisión.
Bueno, ya me he desfogado suficiente, espero que al lector
no le moleste que suelte más palabrotas a lo largo de esta confesión y que
comprenda que es debido a la situación en la que estoy. Será mejor que se me dé
a conocer, no vaya a volverse esto un mensaje anónimo ¿verdad? Me llamo Jon Barrio Redondo y nací en el hospital privado
de Deusto en 1993, en el seno de una familia adinerada. El único que tenía
trabajo era mi padre, Jorge Barrio que era
abogado económico o una mierda parecida, relacionada con las leyes y los
números. Luego estaba mi madre Inma Redondo, que nunca ha trabajado en su vida,
debido a la familia de la que viene y que se casó pronto con mi padre.
Aparte de ellos dos, también estaba mi hermano mayor Antxon, que era el
hijo preferido de los dos sin lugar a dudas. Me sacaba tres años.
Mis padres intentaron educarme con mano dura, aparte de
llevarme a los mejores colegios de Vizcaya. Sin embargo, para su desgracia
desde los primeros años no daba ningún buen resultado aquella educación. En mi
infancia, más que un niño era el Katrina. No paraba quieto en ningún lugar,
tiraba por el suelo todos los juguetes de los demás niños, robaba el balón y lo
tiraba a la ría por el mero disfrute de que mis compañeros se enojaran y se
aburrieran en aquellas instituciones donde, llevábamos hasta una patética
corbata.
Mi padre, que parecía que su sistema de aprendizaje y
motivación se basaba en darme de hostias o castigarme sin la play, no quiso
salir de sus trece. El viejo siempre ha sido muy orgulloso y nunca ha querido
mostrar que se había equivocado en algo. Solo se dedicaba a joderme la vida una
y otra vez. Yo, no podía pararme quieto, y mira que lo intentaba pero no podía.
Era como si todo a mi alrededor me estimulara y que las palabras dirigidas a mí
no fueran retenidas por mucho esfuerzo que les pusiese. En cambio, mi hermano,
mi hermano era de otro mundo, clase y especie comparado conmigo. Antxon llevaba
boletines a casa llenos de dieces y sobresalientes, mientras que yo llevaba
expedientes y cartas de profesores a mis padres.
Hasta que cumplí los siete años. En el colegio ya tenía
cierta fama e índole de gamberrismo y bufonería pero cuando cumplí esa edad
surgió en mí una completa evolución de hijoputismo. A la edad de los siete
años, los niños son menos inocentes y más crueles que antes, debido a esa
tendencia que les da a los chicos de ir de machos. En mi caso, ir de macho,
equivalía al más ruin y perverso bullying. No es que fuera el matón del
colegio, es que era el jodido terminator de los gafotas, el psicópata de los
pringaos y el terror de los pasillos. Durante este periodo, saltaba de colegio
en colegio, como si jugará a la oca. Finalmente, acabé en un colegio público,
donde ya no me podían expulsar ni nada.
Molestaba, insultaba, escupía, hasta pegaba con la silla a
varios alumnos que simplemente, me daba la sensación que hablaban a mis
espaldas. A ese pensamiento paranoico le sumas que heredé el tozudo orgullo de
mi padre y tienes a un pequeño mafioso en potencia. Hasta que se me fue
la pinza por completo.
Había un muchacho que se llamaba Jon Ander, que
era el ojo de mi huracán. El crio tenía mi edad pero era más canijo que un niño
de último año de preescolar. Su cabeza era un ridículo cacahuete ofuscado
entre unos anteojos más grandes que los ojos más grotescos que cualquier
monstruo de comic. Su cuerpo era más delgado que un palo de helado y
siempre andaba hablando como si fuera un científico. No creo que sea necesario
decir que le hacia la vida imposible a ese chaval. Le quitaba las gafas, los
libros, hasta un día le tiré por las escaleras… Me acuerdo que me reía porque
me parecía un personaje de tebeo mal hecho. Un dibujo animado desdichado de
esas historietas en las cuales todo parece irle mal y que sus caídas eran
cómicas. El día que, en una excursión al zoológico, de Cabarceno le metí
en un campo de leones ya fue la gota que colmó el vaso. No creo que haga falta
decir que por la tontería el chico podría haber muerto o llevarse una
minusvalía permanente.
Cuando ocurrió aquello, el colegio llamó a la Ertzaintza.
La familia de Jon Ander puso una denuncia al colegio y
me llevaron a un juzgado. Mi padre, podría haberme librado de la sentencia,
pero estaba tan harto de mi fatal comportamiento, que no quería verme ni en
pintura. Recuerdo como lloraba mi madre, mientras entre llantos se le oía una y
otra vez una frase entrecortada por los gemidos y respiraciones creadas por la
angustia: “¿Cómo he parido yo a este monstruo?”. Finalmente, me quedé recluido
en el reformatorio alavés Salvador Amurrio.
Tras mi exilio, mis padres cortaron todos los lazos
conmigo. Seguramente, fue mi padre quien obligo a mi madre a olvidarme. El puto
viejo siempre era más mandatario que Franco y su mujer era más sumisa que el
perro que es aporreado a diario por su dueño. Quede así como el leproso y la
vergüenza de la familia Barrio. Mientras que mi hermano Antxon, con el que nunca he
mantenido un lazo fraternal, seguía su camino a la fortuna. A mí me marginaron
en una casa lejos de Bilbao en la que había gente de mi calaña y peor.
Todos los hijos de familias grotescamente mal
estructuradas del País Vasco se reunían en esa institución. Todos eran
frutos de progenitores decadentes, donde la violencia de género o las drogas
fuertes eran el escudo de la casa. Por ello, yo me hacía destacar entre ellos.
Cuando gran parte del centro conoció de donde procedía, fui la piñata de todos
los no cumpleaños del centro. Lo que hacía que mi martirio aumentase, era lo
cómico que era cuando perdía los estribos. Era normal que cada día saltará y
que gritará con todas mis fuerzas, jurando que iba a matarlos a todos y que me
cagaba en todos sus putos muertos. Mis compañeros, que podrían ser mala gente
pero no tontos, aprovechaban mis ataques incontrolados de rabia para justificar
sus actos. Así que, aparte de ser el saco de hostias de todo el reformatorio,
me trataban, aparte, como el más animal de todos los recluidos de allí. De
señor de los matones pasé a ser el señor piñata.
De todas maneras, aunque yo no era consciente en ese
momento, mi vida cambió a mejor cuando conocí al Dr. Gutiérrez. El tío era
psiquiatra, y me empezó a tratar. Yo no quería ir, no estaba como una puta
cabra y me sentía imbécil. Además, me hacía exámenes muy molestos para mi
carácter impulsivo. Me hacía quedarme en una posición durante varios minutos y
yo, era incapaz de ello. No paraba de moverme.
Aparte de esto, me estuvo como dicen los loqueros
“evaluando” durante 6 meses. El viejo, me parecía un pederasta ya que si
me fijaba un poco, me lo encontraba observándome en cualquier lugar que estuviera:
en clase, en el comedor, en los pasillos… Me acojonaba mucho. Tras ese periodo,
el Dr. Gutiérrez, en un principio me diagnosticó un brote de psicosis (ya que
siempre distorsionaba los hechos al contarlos y decía que otros factores me
habían obligado a hacer aquellos actos). En esa hipótesis falló. Sin embargo,
acertó cuando me diagnosticó TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e
Hiperactividad). Los que tenemos ese trastorno, de pequeños sacamos malas notas
y no nos podemos quedar quietos. Además, somos muy impulsivos y nos cuesta
mucho tener una atención continua hacia algo. Me dio unas pastillas que se
llamaban Concerta y me dijo que las debía tomar todos los días antes de la diez
de la mañana.
Ya cuando me diagnosticaron TDAH tenía la edad de diez años.
Desde entonces, mi vida dio un cambio brusco. Los profesores y demás
funcionarios del lugar no me reconocían. Era capaz de estar horas y horas
leyendo libros, atendiendo en clase y pasando sin llamar la atención por los
pasillos. De ser el centro de todas las hostias del reformatorio pasé a ser una
sombra de la casa. No hay que decir que mis notas aumentaron
progresivamente. Es difícil asimilar que la raíz de todos mis problemas era la
alta inhibición de mis neuronas y que la solución, más que las hostias de
mi padre, era unas pastillas que llevaban anfetaminas. Desde ese día soy un
yonqui, un yonqui de la medicina. Un yonqui legal.
El Dr. Gutiérrez, se volvió como mi segundo padre, mi
tutor legal y me ayudó, todo lo que pudo a seguir cursando mis estudios.
Desgraciadamente para mí, el viejo murió cuando yo tenía dieciséis años (el
mismo año que me trasladaron a la prisión de Basauri). Parece ser, que él, al
ver la efectividad intelectual que me había otorgado el Concerta, decidió auto
medicarse. Según lo que me contaron los empleados de Salvador de Amurrio, tras
mi ida, el loquero comenzó gradualmente a perder el juicio. Comía muy
poco, decía que no tenía hambre y sudaba muchísimo. Las cuencas de sus ojos se
convirtieron en un criadero de ojeras, ya que trasnochaba mucho. Decía que
estaba preparando una nueva invención que cambiaría la terapia con los
delincuentes juveniles y que todo ello se lo había dicho la voz de su
conocimiento, de su sabiduría. Se obsesionó con esa idea, y como si fuera un
loco, cualquier cosa que le llevase la contraria la respondía con una violencia
verbal (puesto que él tenía una lengua tan afiliada como de oro) que le hacía
sentir a uno como una puta mierda. En uno de los ataques nerviosos (creados por
el estrés y la gran cantidad de pastillas) el Doctor, calló de golpe al suelo
siendo víctima de lo que biológicamente se llama una muerte súbita.
Esto me apenó muchísimo, pero salí de aquella como pude.
En la prisión de Basauri los matones no andaban con chiquitas y era normal que
escondieran cuchillos del comedor, tenedores o cualquier instrumento capaz de
clavártelo en el ojo. También, por otro lado, había devotos etarras que como
opinaras algo diferente a él, te podían saltar a la yugular. En ese campo
fértil de paranoia y psicopatía sobreviví escondiéndome durante cuatro años.
También me vi obligado a esconder mi medicación, ya que en la cárcel había
mucha gente que quería colocarse con coca, speed
y esas mierdas que estimulan el cerebro.
Afortunadamente (si se le puede llamar suerte a aquello),
el alcaide y demás funcionarios que entraban en mi puesta a libertad, conocían
al Dr. Gutiérrez, el cual, antes de perder la cabeza, abrió mi expediente
poniendo, por primera y única vez, algo positivo en ella. Teniendo esto en
cuenta, más mi buena conducta, logré salir de la cárcel ayer. Me hice una
discreta mochila, en la que llevaba tres o cuatro paquetes de pastillas
Concerta, un poco de dinero en metálico (ya que el agente de la condicional
dijo que me lo iba a suministrar) y un par de trapos para vestir.
Antes de partir, el agente y los demás evaluadores me
dijeron que buscará un trabajo y que intentará volver a unirme a mi familia, la
cual tantas veces me había rechazado (incluso cuando el Dr. Gutiérrez quiso
hablar con ellos rechazaron esa cita repetidas veces). Ya que fuera de la
institución carcelera no tenía prácticamente nada, decidí empezar mi nueva vida
con buen pie. Muchos dirán en los titulares que era un loco homicida y que
busque a Jon Ander por el mero hecho de que quería
matarlo, pero no fue así. Luego mi versión os la pasareis por los cojones, pero
bueno. Conseguí la dirección del chaval gracias a las páginas blancas,
que se encontraban en un bar del pueblo de Basauri. Busqué por su apellido,
puesto que Jon Ander, encima de su caricaturesca
presencia también tenía un apellido realmente llamativo y grotesco: Espantoso.
Siempre andaba diciendo que sus padre era gallego y que allí había unos cuantos
Espantosos. Encontré su nombre en pocos segundos y apunté en una servilleta del
bar su dirección. Como no había estado en la puta vida por Bilbao, excepto
cuando era un crio, me tuvieron que indicar que esa calle estaba en la zona de
Santutxu.
Con el escaso dinero que me dieron al ponerme en libertad,
unas 1000 pesetas… creo que ahora serían 6 euros ¿verdad? Como comprenderéis en
el talego no es que se usará mucho el dinero y no sé cuánto es eso. Bueno, con
esa cantidad de dinero, decidí coger el metro hacia la parada Casco Viejo.
Varios entrañables jubilados, me comentaron que el barrio de Santutxu estaba subiendo la cuesta
de Iturribide.
Tras pasar un bar con el nombre “Gayarre”, cosa que me
hizo pensar que estaba en un barrio de
ambiente homosexual, entré en esa calle del demonio. ¿Por qué digo del demonio?
No me jodas, toda la gente con la que me crucé esa tarde, necesitaba un
psiquiatra, un agente de la condicional o un terapeuta de diversos campos
psíquicos. Había quinceañeros bebiendo alcohol mientras gritaban como
energúmenos por la calle, en un torpe intento de ser el centro de atención de
unas niñas de ¿Qué rondaban? ¿Los catorce? Buscando al mejor candidato que las
desvirgase. El alivio y el pensar que eso eran solo niñatos se me murieron al
ver que había gente de todas las edades que se insultaban los unos contra los
otros. Gente buscando pelea con cuarenta tacos, ¿Pero qué cojones es esto?
Intenté pasar desapercibido, pero no dio resultado. Alguien posó su mano sobre
mi hombro y me hizo girar. Se trataba de un skin head. Sus brazos estaban
completamente tatuados, pero ninguno mostraba alguna afiliación política:
-¿Qué haces aquí?- su voz era escabrosa, como los reclusos
drogados que había conocido en la prisión y su aliento apestaba a algo
alcohólico que desconocía.
-Perdona pero no nos conocemos- dije no antes de tragar
saliva.
-¡Ya sé que no! Pero- me toco el pelo, que era muy corto-
¿tú que te crees azulito?
-Pero… ¿de qué me estás hablando?
- ¡No te hagas el gilipollas facha de mierda! ¿Qué te
crees que al verte con la camisa negra totalmente metida y con unas botas
militares no sé de qué calaña eres?
-¿¡Pero qué dices, tío!? ¡Estás loco!
Me agarró de la camisa, para él, supuesta insignia de una
banda callejera de vete tú a saber que puta afiliación y me estampó contra un
rincón de la estrecha callejuela. El aterrizaje dio a parar a un puesto de
alimentación chino y el dependiente asiático salió gritando en un castellano
incomprensible, lleno de rabia y acentos que hacían ofuscar lo que quería
decir:
-¡Ayúdeme!- supliqué al vendedor inmigrante.
-¿¡Pero como eres tan falso de mierda, hijo de puta!?-
soltó el agresor mientras se acercaba con una ira aparente hacia mí- ¿Cómo eres
capaz de traicionar a tu ideología para…?
Mi antiguo estado nervioso afloro en este momento:
-¡¿Te quieres callar de una puta vez!?-grité con rabia.
-Voy a llamal policía. Ya- proclamó el chino cardiaco,
jodiendo más la situación.
En vez de estar entre la espada y la pared, estaba entre
el skin head y la pared. Bueno y entre la pasma también. Todas las miradas de
la calle se fijaban en nosotros. El espectáculo estaba servido: mi sacrificio.
Mientras me reincorporaba, un chico de mi edad, vestido de traje (cosa extraña
en ese esperpéntico barrio) se puso entre los dos. Tampoco mostraba estar bien de
la cabeza, tenía un pelo como si el mismo se lo hubiera arrancado y tenía una
barba que le quedaba realmente mal.
-Andoni, tío. ¿Qué pasa?-dijo el
hombre.
-Apártate Jon Ander, tío.
Di un respingo y me quedé petrificado. ¿Ese era Jon Ander? Estaba pensando en que me iba a
encontrar con una rata de biblioteca y voy y me encuentro con “esto”:
-Jon Ander Espantoso, ¿Eres tú?- dije sin
pensarlo dos veces.
El muchacho se giró y observe sus ojos grisáceos:
-¿De qué me conoces?-dijo interesado.
-Soy…- me puse otra identidad, no era
el mejor momento para presentarse- Antxon Barrio. Ibas con
mi hermano pequeño a clase ¿recuerdas?
Bajo la cabeza y las cuencas de sus
ojos sombrearon su fría mirada.
-¡Joder, Claro! ¿Cómo me voy a
olvidar?- el chico miró al supuesto Andoni- No es nazi ni de palo tío. En
serio, este chaval es inofensivo, no como su hermano psicópata.
Este último comentario me puso los huevos de corbata. Pero
debía pedirle perdón a Jon Ander por lo
que le hice en la infancia. Tal vez ese no era el momento más idóneo pero juré
que más tarde se lo diría. Así que, decidí pasar la noche con él. Me
presentó a mucha gente, todas ellas más trastocadas que la anterior, cosa
que me horrorizaba. Me sentí bastante culpable al ver con qué clase de gente se
codeaba el muchacho. ¿Eran acaso mis hechos abusivos los que convirtieron a un
futuro prodigio en tan ser demente? Se lo tenía que preguntar y tuve la ocasión
cuando nos sentamos en las mesas del Perolos (un bar donde todo el mundo bebía
jarras de colores chillones) en el que, tras hablar con varias chicas, cada una
menos cuerda que la anterior, tuve un momento de intimidad con él:
-Oye Jon Ander. ¿Te
puedo hacer una pregunta, sin que te lo tomes a mal?
-Si dices eso-dijo en una orgia de risas y palabras que
hacían costoso el entendimiento- ¡Empezamos bien! Dime.
El hombre había ingerido bastante alcohol. No estaba como
una cuba pero si con el puntillo. A decir verdad, yo también estaba como una
puta cuba. No estaba acostumbrado a la bebida, puesto que nunca la había
probado, y además, la estaba mezclando con estimulantes. Me envalentoné en un
patético baile entre la borrachera y mi lenguaje sórdido:
-¿Cóo puehes etar a huto con ehta panda de piraus?- mi voz
se balanceaba entre un tono grave y agudo, mostrando el perfecto swing de la
bebida. Que desgracia la mía al fijarme que mi voz, balanceante de decibelios,
llamó la atención de la gente del alrededor. Un par de miradas furtivas se
clavaron en mí, pero al menos no hubo ningún daño físico.
Jon Ander,
cogió un aire de serenidad y tranquilidad, tanto como le dejó la ginebra y me
respondió:
-Veras mi buen amigo: no es por ponerme medallas pero
estoy estudiando psicología. Y nunca, y digo nunca, me han explicado que es una
persona sana… Ahora, te pregunto ¿Qué es una persona normal y mentalmente sana?
A pesar de que, el chico al estar borracho hablaba de una
manera meramente anacrónica y que su lenguaje corporal era esperpéntico,
aquella loca reflexión me hizo pensar. Me quedé tan petrificado que Jon Ander aprovechó para irse a mear. No
tardó ni cinco minutos cuando volvió tosiendo y con los ojos lagrimados:
-Joder- comentó entre toses- nada más llegar, dos
pavos han salido después de hacer un submarino de puta madre. Parece que tengo
a Bob Marley en mi garganta, joder.
Parecía ser que el humo de la marihuana no le había
sentado muy bien al muchacho. Tanto, que me dijo para irnos ya de esa
extraña calle e irse a casa. Antes de que yo me despidiera de él, me ofreció
dormir allí. Me sorprendió mucho la hospitalidad de Jon Ander.
Acepté su invitación puesto que podría revelar mi identidad en mayor intimidad
de esa manera.
Subimos la cuesta infernal de Iturribide, como si fuéramos
un Dante saliendo de los infiernos. Cuando subimos hasta arriba del todo,
paramos en un portal de mármol bastante grande. En él, varios hombres de unos
veinte años se hallaban sentados diciendo sandeces que no se podían interpretar
en una vaga audición, puesto que el alcohol les había convertido en unos
grandiosos gangosos. Jon Ander, los despachó de una manera
pacífica e informal y en cuanto se fueron del marco del portal se lo
conté.
Mientras penetraba la llave por el cerrojo le toqué la
muñeca, con el fin de que me mirará:
-Jon Ander.
-¿Qué?
Sus ojos agrisados mostraban una sensación de
atención hacia mí. Cierto ambiente de curiosidad se reflejaba en ellos.
-No soy Antxon…-dije costosamente. Luego, tragué saliva y
agregué- soy Jon Barrio.
Su mirada y rostro se cambiaron por completo. El terror
fue la sensación que se mostraba en ese cuadro facial. Pero el climax de la
situación se rompió, cuando sentí algo rociándome por el estómago. Un líquido
caliente y que olía muy fuerte. ¡El chaval estaba tan acojonado que se me meo
encima!
-Has venido a matarme ¿verdad? ¡Joder! ¡Pero que puta
obsesión tienes conmigo, tío!- empezó a irse para atrás, intentando huir de mí.
-No, escúchame…
El muchacho apartó la mirada de mí y
la fijó en el portal y, misteriosamente, como si le hubieran dado al botón de
Off cayó rendido. Por segunda vez en la noche, volví a tener los cojones de
corbata. Abrí la puerta con la llave de Jon Ander, que
aún seguía en el cerrojo, y me lo llevé dentro.
Crucé los dedos para que la policía local ni ningún madero estuvieran por allí.
¿Qué podría pasar si ahora mismo aparecieran? Sería otro billete a la cárcel.
Subí los dos escalones de mármol del portal y lo coloqué en una columna que
había. Frente a la columna, se encontraba un cuadro decorativo en el cual aparecía
el arca de Noe con todos sus animalitos. Como no sabía dónde vivía, comencé a
ver uno a uno los buzones hasta encontrar con el que le correspondía. El 8
izquierda (o sea el último piso) era la vivienda de mi supuesto amigo.
Me dispuse a recogerle, mis pasos resonaban por el típico
eco de los portales. Esta resonancia hizo que mi compañero se despertara. Nada
más despertarse, observó lo que tenía delante: el cuadro. Empezó a gritar como
un loco. “Ya sabía yo que le había jodido la vida al pobre” pensé “al menos ya
no se va a mear más”. Pero cuando me volvió a mirar, en ese momento, gritó. Y
joder, como gritó. Parecía que se había tragado un micrófono.
Hice un gesto para que se relajara y lo hizo. No fue de
una manera consciente, pero al desmayarse otra vez, por lo menos paró de
gritar. Sin embargo, la siguiente persona en tocar el suelo fui yo. El muy
mamón se había meado otra vez, y como el suelo era de mármol, no creo que se
necesite ser físico para saber el resultado. Me cague en todo. ¡Tenía la cabeza
y la espalda llena de meada! ¡Joder!
Me controlé tanto como pude e intenté llevar a Jon Ander al ascensor. Empecé a tocar con
toda mi fuerza el botón. Pasaron minutos y no venía. Levanté la mirada y me
encontré delante de mis narices un papel. Averiado. “¿En serio?”.
-¡¡ME CAGO EN DIOS!!
¡Pues hala, venga a subir 8 putos pisos con una carga de
sesenta y pico kilos encima! Y yo que solo quería disculparme de mis actos de
la infancia, y me encuentro meado, cargando con un cuerpo que tenía que cargar
y con un moratón como un puto libro de grande en la espalda… Yo no me
esperaba esto para nada.
Finalmente, más fatigado que cuando huía de los abusones
en el reformatorio, llegué al dichoso octavo piso. Abrí la puerta y me adentré
con mi inconsciente anfitrión en la casa. Nada más cerrar la puerta fui presa
de que la había cagado a base de bien. Había subido a casa de un chaval, el
cual le hacía la vida imposible sin tener su permiso, mientras lo cargaba
en mis hombros ¿En qué coño estaba pensando? Había hecho un allanamiento de
morada como un castillo de grande. Cerré la puerta con llave. Cuando me percaté
de cómo era el piso, observé que no tenía absolutamente nada. Un loft
de lo más cutre. Solo tenía un armario carcomido y viejo, un colchón en el
suelo, un portátil que yacía al lado y una cocina de lo más simple. Había un
cuarto aparte que supuse que sería la ducha. Senté al chico en el colchón y
esperé que se despertara. Cuando recobró el sentido, volvieron los gritos
y el miedo. Pero al poco de unos minutos, Jon Ander me dio
la oportunidad de explicarme. Le conté toda mi vida después de que me
encarcelaran y lo de mi trastorno mental y pareció relajarse. Cuando se percató
de que lo único que quería era disculparme se sintió avergonzado por el
comportamiento que tuvo:
-Joder tío, por una vez que me quedo sin gallumbos limpios
y ando con el escroto libre, voy y te meo- comentó.
-¿Pero por qué estas sin ropa interior?
-Porque no he pagado el agua y hace la hostia que no voy a
donde los viejos… Se mudaron a Cantabria ¿Sabes? Y yo, desde entonces, como que
me he independizado. Lo que pasa es que la beca no me da para tanto y… así
vivo. Pedí un préstamo a la BBK hará cosa de un mes, y como no puedo pagarlo,
me van a embargar la casa en Febrero… Tenía un curro en el Burger King pero me
echaron por ir pedo, varios sábados.
-Vaya guarrada tío- dije esto en los dos sentidos. Me
quería quitar la ropa ya.
-Sí. Si pudiera sacar pasta de una manera fácil…
Hubo un silencio de varios segundos. Lo siguiente que dijo
mi amigo, era la mayor idea de bombero que jamás he oído y oiré en mi corta
vida. Lo que parió en este momento Jon Ander, no era
solo obra de su mente. En ese momento, esperé y recé para que el alcohol
ingerido fuera el causante de tan descabellado plan, porque si no, este hombre
estaba como una puta cabra.
-Jon… Tú dijiste que querías
compensarme por mi martirio ¿verdad?
-Si… ¿Pero a qué viene esto ahora tío?
-Necesito tu ayuda. Vamos a secuestrar a la novia del
director del banco de Deusto de la BBK.
-¿¡ESTAS LOCO!?
-Venga, que será un secuestro de menos de 24 horas. Fijo
que es un pijo de puta madre que paga 10.000 euros porque se caga por la pata
abajo.
-¡Pero eso es ilegal! No está bien…
-¿Acaso joderle los estudios a un joven está bien?
Lo dejó caer. Lo jodido era que tenía razón.
-Esa gente tiene pasta para parar un jodido tren, y
encima, se las gasta de buena gente. Cuando no donan ni a ONG-s y se compran
chalets en todo el puto país y cosas así.
Ahora que pienso en frío, Jon Ander estaba generalizando mucho, pero
en ese momento me parecía la puta verdad. Sus palabras me hipnotizaron y me
sentí en el deber de ayudarlo. En la prisión me hicieron aprender que la moral
actual era la ley. Pero después de esa conversación con Jon Ander, me di cuenta que no era
en absoluto lo mismo.
Dormí en un saco de dormir encima de una blanda moqueta.
No es que fuera un colchón, pero era muy parecido a la mierda de cama que había
en Basauri.
No estábamos tan borrachos cuando hablamos del plan a la
madrugada, así que hablamos de él mientras nos tomábamos un café. Yo, como era
ya un ritual para mí, saqué de mi discreta mochila uno de mis tres paquetes de
Concerta y me tomé una pastilla. Me fui al baño, a hacer mi meada mañanera y
salí. Me quedé un poco pillado de que el váter no funcionará así que salí a
preguntarle al muchacho a ver qué pasaba.
Jon Ander
ya estaba vestido, esta vez de una manera más normal. Llevaba un pantalón
vaquero roto y una camisa de cuadros abierta con una camiseta negra con un
dibujo de una calavera bastante macabra.
-Oye, Jon Ander, que el
váter no funciona…
-Tú, es que eres tonto.
-¿Pero qué dices tío?
-¿Qué te dije sobre el agua?
-Ah, es verdad.
Como es lógico, yo también me cambie la ropa, ya que la
del día anterior estaba completamente meada. Mientras cogía una ropa nueva de
la mochila, me dio la sensación de que algo faltaba dentro de ella. Pero supuse
que eran paranoias mías.
Antes de salir del piso, volvimos a repasar el plan una
vez más:
-Muy bien, Jon- comenzó a repetir Jon Ander- la
pava es esta- me enseñó en un portátil una foto de una tía que estaba la mar de
buena. Tenía una pinta de delicada muñeca rubia con ojos azules, una jodida
Barbie- se llama Nagore. Es la prometida del director del banco de Deusto, que
no tengo ni puta idea quién es. La pava baja todos los domingos a las doce de
la mañana para ir a comer con la familia de su chico.
-¿Cómo sabes eso?
-Es una tía que frecuenta Iturribide, un día de
borrachera, me la intenté follar pero no hubo manera. Aunque tenga veinte tacos
se va a casar con el mamón del banco… Mira que conocía el nombre del pavo pero
ahora no caigo… Bueno, ¡¿Qué más da?! La tía vive al lado de una
callejuela que lleva a los miradores. Tú te esconderás en una de las columnas
que hay en el paso con esto- me dio un cuchillo de cocina- y se lo pondrás en
el cuello, y la dirás que no grite o lo pasará muy mal. Luego, la ponemos una
bolsa en la cabeza y la subimos a casa.
Tras acordarlo, bajamos del piso y fuimos a aquel callejón
que no estaba muy lejos de la casa de mi amigo. Yo me puse en una de las
primeras columnas por donde ella pasaría. La sensación de esperar era un puto
cáncer. Aparte de que soy impaciente por naturaleza, toda la calle estaba llena
de cartones de vino y de un fuerte olor a meada (cosa que me recordaba al
incidente de ayer). Y como el incidente de ayer, el suelo era también de mármol
y si no tenías cuidado te podías dejar los piños en un bonito charco de alcohol
destilado en pis. Tuvimos que esperar una media hora de reloj para que la chica
apareciera. ¿Cómo no? La supuesta Nagore, salió recién maquillada y muy
modosita ella, preparada para ver a la familia de su querido.
Nada más dar la espalda a la columna, en la que me
encontraba, fue la mía. Saqué el cuchillo a relucir, y con la cara tapada con
una palestina, que me dejó Jon Ander,
me acerqué a ella por la espalda, sin hacer ningún ruido. Debo reconocer que
estaba muy tenso y completamente cagado, pero intenté que todos esos rasgos
fisiológicos no afectaran a mi acción. Por fin, llegó el momento. Puse el
cuchillo sobre la yugular y se fue a tomar por culo todo nuestro plan. Tal vez
fuera, por el susto de sentir algo detrás suyo o una simple reacción hacia el
frío filo de la herramienta, pero el resultado fue que la muchacha diera un
respingo. Como la cuchilla estaba justo arriba de su cuello, este tajó
profundamente la arteria de la chica e hizo que sangrará como una cerda. Nunca
había visto tanta sangre joder, era peor que una película de Tarantino. Me
manché entero, tanto que empecé a sentir unas inaguantables arcadas, que
juntadas con la resaca y una ansiedad, cada vez más creciente, iban a
hacer un coctel de pota, que se mezclaría con un bonito rojo intenso. El cuerpo
de Nagore, residía en ese mar áspero, como si fuera una isla en un mar rojo. Me
vino a la cabeza la absurda idea de que se pondría hecha una furia al darse
cuenta que se había echado a perder su maquillada cara y su caro vestido.
Cuando volví a la conciencia, Jon Ander estaba más alterado que nunca.
Sus ojos estaban tan abiertos que mostraban toda su ofuscada y delirante
locura. Una demencia que había salido de su ser.
-¡JODER! ¡JODER! ¡Que la has matado! ¡JODER!- estaba
repitiendo una y otra vez durante un minuto.
Los gritos dementes alertaron a la gente que iba paseando
por la calle principal. De esta manera la epidemia de gritos de terror se
extendió por toda la calle y supongo, que esos gritos alertaron a la
policía. En ese tiempo, mi amigo había cambiado de conducta. En vez de
estar gritando como un loco, empezó a sudar como un puerco. Se llevó las manos
a la cabeza e intentó arrancarse el pelo de cuajo. Le intenté parar pero se
negaba una y otra vez. Su pelo era parecido al de un león en esos momentos,
puesto que el cabello se extendía en todas las direcciones de su cabeza. En una
de sus huidas de mí, se acercó a un charco de meada y se observó. Entonces, su
patología mental volvió a renacer en su mente y comportamiento y comenzó a
chillar de nuevo:
-¡Leones! ¡Otra vez leones no! ¡Leones no!
No paró hasta que se cayera en seco al suelo. Rápidamente
le cogí la muñeca y observe que no tenía pulso. Empecé a hacerle la respiración
manual, también como pude, pero no conseguí nada. Me levanté y me di cuenta de
un pequeño detalle. Al lado suyo, había uno de mis frascos de Concerta. Estaba
vacío. El muy imbécil se había tragado todas las anfetas mientras estaba yo en
el baño… pero que cacho burro ¿A quién se le ocurre tomarse todo un paquete de
anfetaminas de golpe? No tenía suficiente, tiempo, tenía que pensar en huir y
no en la cagada que había hecho Jon Ander al
ingerirlas ¿Qué coño tendrían esas pastillas para que todo Dios las quisiera?
Si me pillaran entre dos cuerpos mi segundo día de condicional estaba más que
acabado. Seguramente me pondrían una condena que equivaldría a una perpetua.
Mientras me encontraba pensando en qué hacer, oí unos pasos entrando por la
callejuela. Rapidamente, y sin pensármelo, me escondí en una columna:
-¡Ertzaina, sal con las manos en alto!- oí en la entrada
de la calle.
Estaba a punto de salir cuando, oí un resbalón seguido de
un golpe seco. Salí y observé que había una nueva isla en ese mar de sangre y
vomito. Una isla gorda y con uniforme de policía vasca. Junto a él se posaba en
el suelo una nueve milímetros reglamentaria. Tomé a la pistola y fui por el
lado contrario de donde estaban los cuerpos.
Empecé a subir miles de escaleras que se encontraban
en zigzag con el fin de huir a cualquier lugar presa del pánico. Cuando
quedaba la última tanda de escaleras observé que había una decena de coches con
sirenas aparcados arriba. Osakidetza, el DYA, la guardia civil, los munipas…
todas las policías y ambulancias de diferentes unidades se encontraban allí.
Sin saber qué hacer ni a donde ir, reparé en lo que tenía en mis manos: La
pistola. Vi el arma como si fuera mi salida y no el final de mis días. Yo
prefiero estar muerto antes que ir por segunda vez al trullo. Si voy otra vez,
sé que no saldré nunca más. Y mira, para vivir así…
Me puse el cañón de la pistola bajo mí barbilla y
apreté el gatillo, pero estaba muy fuerte. Como no he manejado en mi puta vida
un arma, me costó lo suyo quitarle el seguro. Cuando lo conseguí me preparé
para mi final. Sin embargo, como había pensado más lo que iba a hacer, me
empecé a cagar de miedo. Temblaba más que Franco con Parkinson. Y de esta manera,
me quede si oreja izquierda, aparte que, el retroceso de la pistola hizo que me
diera con el metal en toda la nuez. Iba a gritar pero, me ahogue de la hostia.
Y todo lo demás, ya se conoce. Me encontró la policía en aquel lugar que lo
llamaban los miradores. Y me llevaron a comisaria. Y allí es cuando volví a ver
a aita y a ama y a mi querido Antxon. ¿Pensabais que venían a verme a mí? Nada
más alejado de la realidad; estaban preocupados porque Nagore no venía. Sí, me
había cargado a mi futura cuñada.
Como sabréis según el informe policial, el análisis
forense determina que no fue así. Se supone que yo “envenené” a Jon Ander a propósito (y no el, muy burro,
solo), que yo no quería secuestrar a Nagore y que Jon Ander estaba conmigo porque le obligué
a mirar como la degollaba. En cuanto al madero, se comenta, que le estampé
contra la columna y que así se desnuco. Sinceramente, yo creo que estos
forenses, más que oler la sangre y el vómito, han estado oliendo el dulce y
suave olor de un fajo de euros.
Ahora, en la fría celda en la que me encuentro, aparte de
este cuaderno guarro, solo me queda mi ropa de calle y mis pastillas. Parece
que estas van a estar conmigo siempre. Mañana, el juez Barroso presidiría el
juicio sobre mis crímenes. Uso el condicional porque eso no va a pasar. Los
cordones de mis botas tienen pinta de ser capaces de sostener el peso de un
cuerpo, por lo menos durante varios minutos.
¡ME CAGO EN LA PUTA! Los cordones se han roto nada más
empezar a estrangularme. ¿Y ahora qué hago? ¡Joder! No quiero ver cómo cambian
todo lo que he hecho para que me encarcelen otra vez… ¡YA SE! ¡Las pastillas!
¡Será una muerte muy perturbadora, pero seguro que más loco que este mundo no
puede ser! Bien, ya me las he tomado. Joder, el bolígrafo se me resbala de las
manos... ¿Por qué estoy sudando tanto? Vaya, me siento capaz de atender a
cualquier cosa en este momento… Tal vez, vaya a volver a recordar los hechos
por si hay algo que pueda decir en el juzgado… ¡Igual me libro! Vaya… pero que…
eso no pasó así… ¿A qué viene esa cara de terror en Jon Ander antes de matar a Nagore? ¿Por
qué moví el brazo de esa manera al cogerla?...Doctor Gutiérrez, me temo que su
primera hipótesis estaba bie…
Jon Barrio Redondo fue encontrado en el suelo del calabozo con el
bolígrafo entre las manos, con una mirada completamente ida y fulminado en el
suelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario