miércoles, 10 de febrero de 2016

4º Entrada: El circulo carcelario de Jon Barrio (Relato)

Nombre: El circulo carcelario de Jon Barrio
Genero: Humor negro.
Fecha: 2013
Nota: Este relato, a pesar de que tiene algunos fallos sobre los procesos judiciales de la custodia de menores y alguno que otro más sobre como funciona el sistema penitenciario, es una historia bastante macabra, sucia, informal. El humor negro es uno de mis géneros favoritos, no os voy a mentir.Y mediante este relato en el que todo va de Guatemala a Guatepeor intento reflejar lo irónica que puede ser la vida. Este relato se ambienta, sobretodo, en la calle de Iturribide. Esta calle que tantas horas del sábado he pasado y que tiene personas de lo más variopintas. Os aseguro que os vais a partir el culo.

EL círculo carcelario de Jon Barrio
(Humor negro)
No sé ni siquiera para qué coño escribo esto, pero bueno.  Total, aquí lo único importante es el dinero y por lo tanto, ya se sabe de antemano que va a pasar con mi vida. Cuando veáis a la mañana estas hojas mal escritas al lado del cuerpo colgado de un veinteañero, vosotros sabréis lo que hacéis con esto. Si queréis cumplir mi última voluntad, por favor, pasadle esto a ese jodido juez Barroso, que es más facha que el Fraga, para que haga lo que le salga del nabo con él… como si se fuma un porro con esto, la verdad. ¿Por qué digo esto? Bien sencillo, porque las pobres victimas de mi monstruosa anécdota (mira, un buen titular para vuestra Gaceta) son unos humildes banqueros y yo, un malvado delincuente juvenil recién sacado de la prisión.
Bueno, ya me he desfogado suficiente, espero que al lector no le moleste que suelte más palabrotas a lo largo de esta confesión y que comprenda que es debido a la situación en la que estoy. Será mejor que se me dé a conocer, no vaya a volverse esto un mensaje anónimo ¿verdad? Me llamo Jon Barrio Redondo y nací en el hospital privado de Deusto en 1993, en el seno de una familia adinerada. El único que tenía trabajo era mi padre, Jorge Barrio que era abogado económico o una mierda parecida, relacionada con las leyes y los números. Luego estaba mi madre Inma Redondo, que nunca ha trabajado en su vida, debido a la familia de la que viene y que se casó pronto con mi padre.  Aparte de ellos dos, también estaba mi hermano mayor Antxon, que era el hijo preferido de los dos sin lugar a dudas. Me sacaba tres años.
Mis padres intentaron educarme con mano dura, aparte de llevarme a los mejores colegios de Vizcaya. Sin embargo, para su desgracia desde los primeros años no daba ningún buen resultado aquella educación. En mi infancia, más que un niño era el Katrina. No paraba quieto en ningún lugar, tiraba por el suelo todos los juguetes de los demás niños, robaba el balón y lo tiraba a la ría por el mero disfrute de que mis compañeros se enojaran y se aburrieran en aquellas instituciones donde, llevábamos hasta una patética corbata.
Mi padre, que parecía que su sistema de aprendizaje y motivación se basaba en darme de hostias o castigarme sin la play, no quiso salir de sus trece. El viejo siempre ha sido muy orgulloso y nunca ha querido mostrar que se había equivocado en algo. Solo se dedicaba a joderme la vida una y otra vez. Yo, no podía pararme quieto, y mira que lo intentaba pero no podía. Era como si todo a mi alrededor me estimulara y que las palabras dirigidas a mí no fueran retenidas por mucho esfuerzo que les pusiese. En cambio, mi hermano, mi hermano era de otro mundo, clase y especie comparado conmigo. Antxon llevaba boletines a casa llenos de dieces y sobresalientes, mientras que yo llevaba expedientes y cartas de profesores a mis padres.
Hasta que cumplí los siete años. En el colegio ya tenía cierta fama e índole de gamberrismo y bufonería pero cuando cumplí esa edad surgió en mí una completa evolución de hijoputismo. A la edad de los siete años, los niños son menos inocentes y más crueles que antes, debido a esa tendencia que les da a los chicos de ir de machos. En mi caso, ir de macho, equivalía al más ruin y perverso bullying. No es que fuera el matón del colegio, es que era el jodido terminator de los gafotas, el psicópata de los pringaos y el terror de los pasillos. Durante este periodo, saltaba de colegio en colegio, como si jugará a la oca. Finalmente, acabé en un colegio público, donde ya no me podían expulsar ni nada.
Molestaba, insultaba, escupía, hasta pegaba con la silla a varios alumnos que simplemente, me daba la sensación que hablaban a mis espaldas. A ese pensamiento paranoico le sumas que heredé el tozudo orgullo de mi padre y tienes a un pequeño mafioso en potencia.  Hasta que se me fue la pinza por completo.
                Había un muchacho que se llamaba Jon Ander, que era el ojo de mi huracán. El crio tenía mi edad pero era más canijo que un niño de último año de preescolar.  Su cabeza era un ridículo cacahuete ofuscado entre unos anteojos más grandes que los ojos más grotescos que cualquier monstruo de comic. Su cuerpo era más delgado  que un palo de helado y siempre andaba hablando como si fuera un científico. No creo que sea necesario decir que le hacia la vida imposible a ese chaval. Le quitaba las gafas, los libros, hasta un día le tiré por las escaleras… Me acuerdo que me reía porque me parecía un personaje de tebeo mal hecho. Un dibujo animado desdichado de esas historietas en las cuales todo parece irle mal y que sus caídas eran cómicas.  El día que, en una excursión al zoológico, de Cabarceno le metí en un campo de leones ya fue la gota que colmó el vaso. No creo que haga falta decir que por la tontería el chico  podría haber muerto o llevarse una minusvalía permanente.
Cuando ocurrió aquello, el colegio llamó a la Ertzaintza. La familia de Jon Ander puso una denuncia al colegio y me llevaron a un juzgado. Mi padre, podría haberme librado de la sentencia, pero estaba tan harto de mi fatal comportamiento, que no quería verme ni en pintura. Recuerdo como lloraba mi madre, mientras entre llantos se le oía una y otra vez una frase entrecortada por los gemidos y respiraciones creadas por la angustia: “¿Cómo he parido yo a este monstruo?”. Finalmente, me quedé recluido en el reformatorio alavés Salvador Amurrio.
Tras mi exilio, mis padres cortaron todos los lazos conmigo. Seguramente, fue mi padre quien obligo a mi madre a olvidarme. El puto viejo siempre era más mandatario que Franco y su mujer era más sumisa que el perro que es aporreado a diario por su dueño. Quede así como el leproso y la vergüenza de la familia Barrio. Mientras que mi hermano Antxon, con el que nunca he mantenido un lazo fraternal, seguía su camino a la fortuna. A mí me marginaron en una casa lejos de Bilbao en la que había gente de mi calaña y peor.
Todos los hijos de familias grotescamente mal estructuradas del País Vasco se reunían en esa institución.  Todos eran frutos de progenitores decadentes, donde la violencia de género o las drogas fuertes eran el escudo de la casa. Por ello, yo me hacía destacar entre ellos. Cuando gran parte del centro conoció de donde procedía, fui la piñata de todos los no cumpleaños del centro. Lo que hacía que mi martirio aumentase, era lo cómico que era cuando perdía los estribos. Era normal que cada día saltará y que gritará con todas mis fuerzas, jurando que iba a matarlos a todos y que me cagaba en todos sus putos muertos. Mis compañeros, que podrían ser mala gente pero no tontos, aprovechaban mis ataques incontrolados de rabia para justificar sus actos. Así que, aparte de ser el saco de hostias de todo el reformatorio, me trataban, aparte, como el más animal de todos los recluidos de allí. De señor de los matones pasé a ser el señor piñata.
De todas maneras, aunque yo no era consciente en ese momento, mi vida cambió a mejor cuando conocí al Dr. Gutiérrez. El tío era psiquiatra, y me empezó a tratar. Yo no quería ir, no estaba como una puta cabra y me sentía imbécil. Además, me hacía exámenes muy molestos para mi carácter impulsivo. Me hacía quedarme en una posición durante varios minutos y yo, era incapaz de ello. No paraba de moverme.
Aparte de esto, me estuvo como dicen los loqueros “evaluando” durante 6 meses. El viejo, me parecía un pederasta ya que  si me fijaba un poco, me lo encontraba observándome en cualquier lugar que estuviera: en clase, en el comedor, en los pasillos… Me acojonaba mucho. Tras ese periodo, el Dr. Gutiérrez, en un principio me diagnosticó un brote de psicosis (ya que siempre distorsionaba los hechos al contarlos y decía que otros factores me habían obligado a hacer aquellos actos). En esa hipótesis falló. Sin embargo, acertó cuando me diagnosticó TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad). Los que tenemos ese trastorno, de pequeños sacamos malas notas y no nos podemos quedar quietos. Además, somos muy impulsivos y nos cuesta mucho tener una atención continua hacia algo. Me dio unas pastillas que se llamaban Concerta y me dijo que las debía tomar todos los días antes de la diez de la mañana.
Ya cuando me diagnosticaron TDAH tenía la edad de diez años. Desde entonces, mi vida dio un cambio brusco. Los profesores y demás funcionarios del lugar no me reconocían. Era capaz de estar horas y horas leyendo libros, atendiendo en clase y pasando sin llamar la atención por los pasillos. De ser el centro de todas las hostias del reformatorio pasé a ser una sombra  de la casa. No hay que decir que mis notas aumentaron progresivamente. Es difícil asimilar que la raíz de todos mis problemas era la alta inhibición de mis neuronas  y que la solución, más que las hostias de mi padre, era unas pastillas que llevaban anfetaminas. Desde ese día soy un yonqui, un yonqui de la medicina. Un yonqui legal.
El Dr. Gutiérrez, se volvió como mi segundo padre, mi tutor legal y me ayudó, todo lo que pudo a seguir cursando mis estudios. Desgraciadamente para mí, el viejo murió cuando yo tenía dieciséis años (el mismo año que me trasladaron a la prisión de Basauri). Parece ser, que él, al ver la efectividad intelectual que me había otorgado el Concerta, decidió auto medicarse. Según lo que me contaron los empleados de Salvador de Amurrio, tras mi ida, el loquero comenzó gradualmente a perder el juicio.  Comía muy poco, decía que no tenía hambre y sudaba muchísimo. Las cuencas de sus ojos se convirtieron en un criadero de ojeras, ya que trasnochaba mucho. Decía que estaba preparando una nueva invención que cambiaría la terapia con los delincuentes juveniles y que todo ello se lo había dicho la voz de su conocimiento, de su sabiduría. Se obsesionó con esa idea, y como si fuera un loco, cualquier cosa que le llevase la contraria la respondía con una violencia verbal (puesto que él tenía una lengua tan afiliada como de oro) que le hacía sentir a uno como una puta mierda. En uno de los ataques nerviosos (creados por el estrés y la gran cantidad de pastillas) el Doctor, calló de golpe al suelo siendo víctima de lo que biológicamente se llama una muerte súbita.
Esto me apenó muchísimo, pero salí de aquella como pude. En la prisión de Basauri los matones no andaban con chiquitas y era normal que escondieran cuchillos del comedor, tenedores o cualquier instrumento capaz de clavártelo en el ojo. También, por otro lado, había devotos etarras que como opinaras algo diferente a él, te podían saltar a la yugular. En ese campo fértil de paranoia y psicopatía sobreviví escondiéndome durante cuatro años. También me vi obligado a esconder mi medicación, ya que en la cárcel había mucha gente que quería colocarse con coca, speed y esas mierdas que estimulan el cerebro.
Afortunadamente (si se le puede llamar suerte a aquello), el alcaide y demás funcionarios que entraban en mi puesta a libertad, conocían al Dr. Gutiérrez, el cual, antes de perder la cabeza, abrió mi expediente poniendo, por primera y única vez, algo positivo en ella. Teniendo esto en cuenta, más mi buena conducta, logré salir de la cárcel ayer.  Me hice una discreta mochila, en la que llevaba tres o cuatro paquetes de pastillas Concerta, un poco de dinero en metálico (ya que el agente de la condicional dijo que me lo iba a suministrar) y un par de trapos para vestir.
Antes de partir, el agente y los demás evaluadores me dijeron que buscará un trabajo y que intentará volver a unirme a mi familia, la cual tantas veces me había rechazado (incluso cuando el Dr. Gutiérrez quiso hablar con ellos rechazaron esa cita repetidas veces). Ya que fuera de la institución carcelera no tenía prácticamente nada, decidí empezar mi nueva vida con buen pie. Muchos dirán en los titulares que era un loco homicida y que busque a Jon Ander por el mero hecho de que quería matarlo, pero no fue así. Luego mi versión os la pasareis por los cojones, pero bueno.  Conseguí la dirección del chaval gracias a las páginas blancas, que se encontraban en un bar del pueblo de Basauri. Busqué por su apellido, puesto que Jon Ander, encima de su caricaturesca presencia también tenía un apellido realmente llamativo y grotesco: Espantoso. Siempre andaba diciendo que sus padre era gallego y que allí había unos cuantos Espantosos. Encontré su nombre en pocos segundos y apunté en una servilleta del bar su dirección. Como no había estado en la puta vida por Bilbao, excepto cuando era un crio, me tuvieron que indicar que esa calle estaba en la zona de Santutxu.
Con el escaso dinero que me dieron al ponerme en libertad, unas 1000 pesetas… creo que ahora serían 6 euros ¿verdad? Como comprenderéis en el talego no es que se usará mucho el dinero y no sé cuánto es eso. Bueno, con esa cantidad de dinero, decidí coger el metro hacia la parada Casco Viejo. Varios entrañables jubilados, me comentaron que el barrio de Santutxu estaba subiendo la cuesta de Iturribide.
Tras pasar un bar con el nombre “Gayarre”, cosa que me hizo pensar que estaba en un barrio de ambiente homosexual, entré en esa calle del demonio. ¿Por qué digo del demonio? No me jodas, toda la gente con la que me crucé esa tarde, necesitaba un psiquiatra, un agente de la condicional o un terapeuta de diversos campos psíquicos. Había quinceañeros bebiendo alcohol mientras gritaban como energúmenos por la calle, en un torpe intento de ser el centro de atención de unas niñas de ¿Qué rondaban? ¿Los catorce? Buscando al mejor candidato que las desvirgase. El alivio y el pensar que eso eran solo niñatos se me murieron al ver que había gente de todas las edades que se insultaban los unos contra los otros. Gente buscando pelea con cuarenta tacos, ¿Pero qué cojones es esto? Intenté pasar desapercibido, pero no dio resultado. Alguien posó su mano sobre mi hombro y me hizo girar. Se trataba de un skin head. Sus brazos estaban completamente tatuados, pero ninguno mostraba alguna afiliación política:
-¿Qué haces aquí?- su voz era escabrosa, como los reclusos drogados  que había conocido en la prisión y su aliento apestaba a algo alcohólico que desconocía.
-Perdona pero no nos conocemos- dije no antes de tragar saliva.
-¡Ya sé que no! Pero- me toco el pelo, que era muy corto- ¿tú que te crees azulito?
-Pero… ¿de qué me estás hablando?
- ¡No te hagas el gilipollas facha de mierda! ¿Qué te crees que al verte con la camisa negra totalmente metida y con unas botas militares no sé de qué calaña eres?
-¿¡Pero qué dices, tío!? ¡Estás loco!
Me agarró de la camisa, para él, supuesta insignia de una banda callejera de vete tú a saber que puta afiliación y me estampó contra un rincón de la estrecha callejuela. El aterrizaje dio a parar a un puesto de alimentación chino y el dependiente asiático salió gritando en un castellano incomprensible, lleno de rabia y acentos que hacían ofuscar lo que quería decir:
-¡Ayúdeme!- supliqué al vendedor inmigrante.
-¿¡Pero como eres tan falso de mierda, hijo de puta!?- soltó el agresor mientras se acercaba con una ira aparente hacia mí- ¿Cómo eres capaz de traicionar a tu ideología para…?
Mi antiguo estado nervioso afloro en este momento:
-¡¿Te quieres callar de una puta vez!?-grité con rabia.
-Voy a llamal policía. Ya- proclamó el chino cardiaco, jodiendo más la situación.
En vez de estar entre la espada y la pared, estaba entre el skin head y la pared. Bueno y entre la pasma también. Todas las miradas de la calle se fijaban en nosotros. El espectáculo estaba servido: mi sacrificio. Mientras me reincorporaba, un chico de mi edad, vestido de traje (cosa extraña en ese esperpéntico barrio) se puso entre los dos. Tampoco mostraba estar bien de la cabeza, tenía un pelo como si el mismo se lo hubiera arrancado y tenía una barba que le quedaba realmente mal.
-Andoni, tío. ¿Qué pasa?-dijo el hombre.
-Apártate Jon Ander, tío.
Di un respingo y me quedé petrificado. ¿Ese era Jon Ander? Estaba pensando en que me iba a encontrar con una rata de biblioteca y voy y me encuentro con “esto”:
-Jon Ander Espantoso, ¿Eres tú?- dije sin pensarlo dos veces.
El muchacho se giró y observe sus ojos grisáceos:
-¿De qué me conoces?-dijo interesado.
-Soy…- me puse otra identidad, no era el mejor momento para presentarse-  Antxon Barrio. Ibas con mi hermano pequeño a clase ¿recuerdas?
Bajo la cabeza y las cuencas de sus ojos sombrearon su fría mirada.
-¡Joder, Claro! ¿Cómo me voy a olvidar?- el chico miró al supuesto Andoni- No es nazi ni de palo tío. En serio, este chaval es inofensivo, no como su hermano psicópata.
Este último comentario me puso los huevos de corbata. Pero debía pedirle perdón a Jon Ander por lo que le hice en la infancia. Tal vez ese no era el momento más idóneo pero juré que más tarde se lo diría.  Así que, decidí pasar la noche con él. Me presentó a mucha gente, todas  ellas más trastocadas que la anterior, cosa que me horrorizaba. Me sentí bastante culpable al ver con qué clase de gente se codeaba el muchacho. ¿Eran acaso mis hechos abusivos los que convirtieron a un futuro prodigio en tan ser demente? Se lo tenía que preguntar y tuve la ocasión cuando nos sentamos en las mesas del Perolos (un bar donde todo el mundo bebía jarras de colores chillones) en el que, tras hablar con varias chicas, cada una menos cuerda que la anterior, tuve un momento de intimidad con él:
-Oye Jon Ander. ¿Te puedo hacer una pregunta, sin que te lo tomes a mal?
-Si dices eso-dijo en una orgia de risas y palabras que hacían costoso el entendimiento- ¡Empezamos bien! Dime.
El hombre había ingerido bastante alcohol. No estaba como una cuba pero si con el puntillo. A decir verdad, yo también estaba como una puta cuba. No estaba acostumbrado a la bebida, puesto que nunca la había probado, y además, la estaba mezclando con estimulantes. Me envalentoné en un patético baile entre la borrachera y mi lenguaje sórdido:
-¿Cóo puehes etar a huto con ehta panda de piraus?- mi voz se balanceaba entre un tono grave y agudo, mostrando el perfecto swing de la bebida. Que desgracia la mía al fijarme que mi voz, balanceante de decibelios, llamó la atención de la gente del alrededor. Un par de miradas furtivas se clavaron en mí, pero al menos no hubo ningún daño físico.
Jon Ander, cogió un aire de serenidad y tranquilidad, tanto como le dejó la ginebra y me respondió:
-Veras mi buen amigo: no es por ponerme medallas pero estoy estudiando psicología. Y nunca, y digo nunca, me han explicado que es una persona sana… Ahora, te pregunto ¿Qué es una persona normal y mentalmente sana?
A pesar de que, el chico al estar borracho hablaba de una manera meramente anacrónica y que su lenguaje corporal era esperpéntico, aquella loca reflexión me hizo pensar. Me quedé tan petrificado que Jon Ander aprovechó para irse a mear. No tardó ni cinco minutos cuando volvió tosiendo y con los ojos lagrimados:
-Joder- comentó entre toses-  nada más llegar, dos pavos han salido después de hacer un submarino de puta madre. Parece que tengo a Bob Marley en mi garganta, joder.
Parecía ser que el humo de la marihuana no le había sentado muy bien al muchacho. Tanto, que  me dijo para irnos ya de esa extraña calle e irse a casa. Antes de que yo me despidiera de él, me ofreció dormir allí. Me sorprendió mucho la hospitalidad de Jon Ander. Acepté su invitación puesto que podría revelar mi identidad en mayor intimidad de esa manera.
Subimos la cuesta infernal de Iturribide, como si fuéramos un Dante saliendo de los infiernos. Cuando subimos hasta arriba del todo, paramos en un portal de mármol bastante grande. En él, varios hombres de unos veinte años se hallaban sentados diciendo sandeces que no se podían interpretar en una vaga audición, puesto que el alcohol les había convertido en unos grandiosos gangosos. Jon Ander, los despachó de una manera pacífica e informal y en cuanto se fueron  del marco del portal se lo conté.
Mientras penetraba la llave por el cerrojo le toqué la muñeca, con el fin de que me mirará:
-Jon Ander.
-¿Qué?
Sus ojos agrisados mostraban una sensación de atención  hacia mí. Cierto ambiente de curiosidad se reflejaba en ellos.
-No soy Antxon…-dije costosamente. Luego, tragué saliva y agregué- soy Jon Barrio.
Su mirada y rostro se cambiaron por completo. El terror fue la sensación que se mostraba en ese cuadro facial. Pero el climax de la situación se rompió, cuando sentí algo rociándome por el estómago. Un líquido caliente y que olía muy fuerte. ¡El chaval estaba tan acojonado que se me meo encima!
-Has venido a matarme ¿verdad? ¡Joder! ¡Pero que puta obsesión tienes conmigo, tío!- empezó a irse para atrás, intentando huir de mí.
-No, escúchame…
El muchacho apartó la mirada de mí y la fijó en el portal y, misteriosamente, como si le hubieran dado al botón de Off cayó rendido. Por segunda vez en la noche, volví a tener los cojones de corbata. Abrí la puerta con la llave de Jon Ander, que aún seguía en el cerrojo, y me lo llevé dentro.
                Crucé los dedos para que la policía local ni ningún madero estuvieran por allí. ¿Qué podría pasar si ahora mismo aparecieran? Sería otro billete a la cárcel. Subí los dos escalones de mármol del portal y lo coloqué en una columna que había. Frente a la columna, se encontraba un cuadro decorativo en el cual aparecía el arca de Noe con todos sus animalitos. Como no sabía dónde vivía, comencé a ver uno a uno los buzones hasta encontrar con el que le correspondía. El 8 izquierda (o sea el último piso) era la vivienda de mi supuesto amigo.
Me dispuse a recogerle, mis pasos resonaban por el típico eco de los portales. Esta resonancia hizo que mi compañero se despertara. Nada más despertarse, observó lo que tenía delante: el cuadro. Empezó a gritar como un loco. “Ya sabía yo que le había jodido la vida al pobre” pensé “al menos ya no se va a mear más”. Pero cuando me volvió a mirar, en ese momento, gritó. Y joder, como gritó. Parecía que se había tragado un micrófono.
Hice un gesto para que se relajara y lo hizo. No fue de una manera consciente, pero al desmayarse otra vez, por lo menos paró de gritar. Sin embargo, la siguiente persona en tocar el suelo fui yo. El muy mamón se había meado otra vez, y como el suelo era de mármol, no creo que se necesite ser físico para saber el resultado. Me cague en todo. ¡Tenía la cabeza y la espalda llena de meada! ¡Joder!
Me controlé tanto como pude e intenté llevar a Jon Ander al ascensor. Empecé a tocar con toda mi fuerza el botón. Pasaron minutos y no venía. Levanté la mirada y me encontré delante de mis narices un papel. Averiado. “¿En serio?”.
-¡¡ME CAGO EN DIOS!!
¡Pues hala, venga a subir 8 putos pisos con una carga de sesenta y pico kilos encima! Y yo que solo quería disculparme de mis actos de la infancia, y me encuentro meado, cargando con un cuerpo que tenía que cargar y  con un moratón como un puto libro de grande en la espalda… Yo no me esperaba esto para nada.
Finalmente, más fatigado que cuando huía de los abusones en el reformatorio, llegué al dichoso octavo piso. Abrí la puerta y me adentré con mi inconsciente anfitrión en la casa. Nada más cerrar la puerta fui presa de que la había cagado a base de bien. Había subido a casa de un chaval, el cual le hacía la vida imposible  sin tener su permiso, mientras lo cargaba en mis hombros ¿En qué coño estaba pensando? Había hecho un allanamiento de morada como un castillo de grande. Cerré la puerta con llave. Cuando me percaté de cómo era el piso, observé que no tenía absolutamente nada. Un loft  de lo más cutre. Solo tenía un armario carcomido y viejo, un colchón en el suelo, un portátil que yacía al lado y una cocina de lo más simple. Había un cuarto aparte que supuse que sería la ducha. Senté al chico en el colchón y esperé que se despertara.  Cuando recobró el sentido, volvieron los gritos y el miedo. Pero al poco de unos minutos, Jon Ander me dio la oportunidad de explicarme.  Le conté toda mi vida después de que me encarcelaran y lo de mi trastorno mental y pareció relajarse. Cuando se percató de que lo único que quería era disculparme se sintió avergonzado por el comportamiento que tuvo:
-Joder tío, por una vez que me quedo sin gallumbos limpios y ando con el escroto libre, voy y te meo- comentó.
-¿Pero por qué estas sin ropa interior?
-Porque no he pagado el agua y hace la hostia que no voy a donde los viejos… Se mudaron a Cantabria ¿Sabes? Y yo, desde entonces, como que me he independizado. Lo que pasa es que la beca no me da para tanto y… así vivo. Pedí un préstamo a la BBK hará cosa de un mes, y como no puedo pagarlo, me van a embargar la casa en Febrero… Tenía un curro en el Burger King pero me echaron por ir pedo, varios sábados.
-Vaya guarrada tío- dije esto en los dos sentidos. Me quería quitar la ropa ya.
-Sí. Si pudiera sacar pasta de una manera fácil…
Hubo un silencio de varios segundos. Lo siguiente que dijo mi amigo, era la mayor idea de bombero que jamás he oído y oiré en mi corta vida. Lo que parió en este momento Jon Ander, no era solo obra de su mente. En ese momento, esperé y recé para que el alcohol ingerido fuera el causante de tan descabellado plan, porque si no, este hombre estaba como una puta cabra.
-Jon… Tú dijiste que querías compensarme por mi martirio ¿verdad?
-Si… ¿Pero a qué viene esto ahora tío?
-Necesito tu ayuda. Vamos a secuestrar a la novia del director del banco de Deusto de la BBK.
-¿¡ESTAS LOCO!?
-Venga, que será un secuestro de menos de 24 horas. Fijo que es un pijo de puta madre que paga 10.000 euros porque se caga por la pata abajo.
-¡Pero eso es ilegal! No está bien…
-¿Acaso joderle los estudios a un joven está bien?
Lo dejó caer. Lo jodido era que tenía razón.
-Esa gente tiene pasta para parar un jodido tren, y encima, se las gasta de buena gente. Cuando no donan ni a ONG-s y se compran chalets en  todo el puto país y cosas así.
Ahora que pienso en frío, Jon Ander estaba generalizando mucho, pero en ese momento me parecía la puta verdad. Sus palabras me hipnotizaron y me sentí en el deber de ayudarlo. En la prisión me hicieron aprender que la moral actual era la ley. Pero después de esa conversación con Jon Ander,  me di cuenta que no era en absoluto lo mismo.
Dormí en un saco de dormir encima de una blanda moqueta. No es que fuera un colchón, pero era muy parecido a la mierda de cama que había en Basauri.
No estábamos tan borrachos cuando hablamos del plan a la madrugada, así que hablamos de él mientras nos tomábamos un café. Yo, como era ya un ritual para mí, saqué de mi discreta mochila uno de mis tres paquetes de Concerta y me tomé una pastilla. Me fui al baño, a hacer mi meada mañanera y salí. Me quedé un poco pillado de que el váter no funcionará así que salí a preguntarle al muchacho a ver qué pasaba.
Jon Ander ya estaba vestido, esta vez de una manera más normal. Llevaba un pantalón vaquero roto y una camisa de cuadros abierta con una camiseta negra con un dibujo de una calavera bastante macabra.
-Oye, Jon Ander, que el váter no funciona…
-Tú, es que eres tonto.
-¿Pero qué dices tío?
-¿Qué te dije sobre el agua?
-Ah, es verdad.
Como es lógico, yo también me cambie la ropa, ya que la del día anterior estaba completamente meada. Mientras cogía una ropa nueva de la mochila, me dio la sensación de que algo faltaba dentro de ella. Pero supuse que eran paranoias mías.
Antes de salir del piso, volvimos a repasar el plan una vez más:
-Muy bien, Jon- comenzó a repetir Jon Ander- la pava es esta- me enseñó en un portátil una foto de una tía que estaba la mar de buena. Tenía una pinta de delicada muñeca rubia con ojos azules, una jodida Barbie- se llama Nagore. Es la prometida del director del banco de Deusto, que no tengo ni puta idea quién es. La pava baja todos los domingos a las doce de la mañana para ir a comer con la familia de su chico.
-¿Cómo sabes eso?
-Es una tía que frecuenta Iturribide, un día de borrachera, me la intenté follar pero no hubo manera. Aunque tenga veinte tacos se va a casar con el mamón del banco… Mira que conocía el nombre del pavo pero ahora no caigo…  Bueno, ¡¿Qué más da?! La tía vive al lado de una callejuela que lleva a los miradores. Tú te esconderás en una de las columnas que hay en el paso con esto- me dio un cuchillo de cocina- y se lo pondrás en el cuello, y la dirás que no grite o lo pasará muy mal. Luego, la ponemos una bolsa en la cabeza y la subimos a casa.
Tras acordarlo, bajamos del piso y fuimos a aquel callejón que no estaba muy lejos de la casa de mi amigo. Yo me puse en una de las primeras columnas por donde ella pasaría. La sensación de esperar era un puto cáncer. Aparte de que soy impaciente por naturaleza, toda la calle estaba llena de cartones de vino y de un fuerte olor a meada (cosa que me recordaba al incidente de ayer). Y como el incidente de ayer, el suelo era también de mármol y si no tenías cuidado te podías dejar los piños en un bonito charco de alcohol destilado en pis. Tuvimos que esperar una media hora de reloj para que la chica apareciera. ¿Cómo no? La supuesta Nagore, salió recién maquillada y muy modosita ella, preparada para ver a la familia de su querido.
Nada más dar la espalda a la columna, en la que me encontraba, fue la mía. Saqué el cuchillo a relucir, y con la cara tapada con una palestina, que me dejó Jon Ander,  me acerqué a ella por la espalda, sin hacer ningún ruido. Debo reconocer que estaba muy tenso y completamente cagado, pero intenté que todos esos rasgos fisiológicos no afectaran a mi acción. Por fin, llegó el momento. Puse el cuchillo sobre la yugular y se fue a tomar por culo todo nuestro plan. Tal vez fuera, por el susto de sentir algo detrás suyo o una simple reacción hacia el frío filo de la herramienta, pero el resultado fue que la muchacha diera un respingo. Como la cuchilla estaba justo arriba de su cuello, este tajó profundamente la arteria de la chica e hizo que sangrará como una cerda. Nunca había visto tanta sangre joder, era peor que una película de Tarantino. Me manché entero, tanto que empecé a sentir unas inaguantables arcadas, que juntadas con la resaca y  una ansiedad, cada vez más creciente, iban a hacer un coctel de pota, que se mezclaría con un bonito rojo intenso. El cuerpo de Nagore, residía en ese mar áspero, como si fuera una isla en un mar rojo. Me vino a la cabeza la absurda idea de que se pondría hecha una furia al darse cuenta que se había echado  a perder su maquillada cara y su caro vestido.
Cuando volví a la conciencia, Jon Ander estaba más alterado que nunca. Sus ojos estaban tan abiertos que mostraban toda su ofuscada y delirante locura. Una demencia que había salido de su ser.
-¡JODER! ¡JODER! ¡Que la has matado! ¡JODER!- estaba repitiendo una y otra vez durante un minuto.
Los gritos dementes alertaron a la gente que iba paseando por la calle principal. De esta manera la epidemia de gritos de terror se extendió por toda la calle y supongo, que esos gritos alertaron a la policía.  En ese tiempo, mi amigo había cambiado de conducta. En vez de estar gritando como un loco, empezó a sudar como un puerco. Se llevó las manos a la cabeza e intentó arrancarse el pelo de cuajo. Le intenté parar pero se negaba una y otra vez. Su pelo era parecido al de un león en esos momentos, puesto que el cabello se extendía en todas las direcciones de su cabeza. En una de sus huidas de mí, se acercó a un charco de meada y se observó. Entonces, su patología mental volvió a renacer en su mente y comportamiento y comenzó a chillar de nuevo:
-¡Leones! ¡Otra vez leones no! ¡Leones no!
No paró hasta que se cayera en seco al suelo. Rápidamente le cogí la muñeca y observe que no tenía pulso. Empecé a hacerle la respiración manual, también como pude, pero no conseguí nada. Me levanté y me di cuenta de un pequeño detalle. Al lado suyo, había uno de mis frascos de Concerta. Estaba vacío. El muy imbécil se había tragado todas las anfetas mientras estaba yo en el baño… pero que cacho burro ¿A quién se le ocurre tomarse todo un paquete de anfetaminas de golpe? No tenía suficiente, tiempo, tenía que pensar en huir y no en la cagada que había hecho Jon Ander al ingerirlas ¿Qué coño tendrían esas pastillas para que todo Dios las quisiera? Si me pillaran entre dos cuerpos mi segundo día de condicional estaba más que acabado. Seguramente me pondrían una condena que equivaldría a una perpetua. Mientras me encontraba pensando en qué hacer, oí unos pasos entrando por la callejuela. Rapidamente, y sin pensármelo, me escondí en una columna:
-¡Ertzaina, sal con las manos en alto!- oí en la entrada de la calle.
Estaba a punto de salir cuando, oí un resbalón seguido de un golpe seco. Salí y observé que había una nueva isla en ese mar de sangre y vomito. Una isla gorda y con uniforme de policía vasca. Junto a él se posaba en el suelo una nueve milímetros reglamentaria. Tomé a la pistola y fui por el lado contrario de donde estaban los cuerpos.
Empecé a subir  miles de escaleras que se encontraban en zigzag con el fin de huir a cualquier lugar presa del pánico.  Cuando quedaba la última tanda de escaleras observé que había una decena de coches con sirenas aparcados arriba. Osakidetza, el DYA, la guardia civil, los munipas… todas las policías y ambulancias de diferentes unidades se encontraban allí. Sin saber qué hacer ni a donde ir, reparé en lo que tenía en mis manos: La pistola. Vi el arma como si fuera mi salida y no el final de mis días. Yo prefiero estar muerto antes que ir por segunda vez al trullo. Si voy otra vez, sé que no saldré nunca más. Y mira, para vivir así…
Me puse el cañón de la pistola bajo mí barbilla y  apreté el gatillo, pero estaba muy fuerte. Como no he manejado en mi puta vida un arma, me costó lo suyo quitarle el seguro. Cuando lo conseguí me preparé para mi final. Sin embargo, como  había pensado más lo que iba a hacer, me empecé a cagar de miedo. Temblaba más que Franco con Parkinson. Y de esta manera, me quede si oreja izquierda, aparte que, el retroceso de la pistola hizo que me diera con el metal en toda la nuez. Iba a gritar pero, me ahogue de la hostia.
                Y todo lo demás, ya se conoce. Me encontró la policía en aquel lugar que lo llamaban los miradores. Y me llevaron a comisaria. Y allí es cuando volví a ver a aita y a ama y a mi querido Antxon. ¿Pensabais que venían a verme a mí? Nada más alejado de la realidad; estaban preocupados porque Nagore no venía. Sí, me había cargado a mi futura cuñada.
Como sabréis según el informe policial,  el análisis forense determina que no fue así. Se supone que yo “envenené” a Jon Ander a propósito (y no el, muy burro, solo), que yo no quería secuestrar a Nagore y que Jon Ander estaba conmigo porque le obligué a mirar como la degollaba. En cuanto al madero, se comenta, que le estampé contra la columna y que así se desnuco. Sinceramente, yo creo que estos forenses, más que oler la sangre y el vómito, han estado oliendo el dulce y suave olor de un fajo de euros.
Ahora, en la fría celda en la que me encuentro, aparte de este cuaderno guarro, solo me queda mi ropa de calle y mis pastillas. Parece que estas van a estar conmigo siempre. Mañana, el juez Barroso presidiría el juicio sobre mis crímenes. Uso el condicional porque eso no va a pasar. Los cordones de mis botas tienen pinta de ser capaces de sostener el peso de un cuerpo, por lo menos durante varios minutos.
                                                                                              Jon Barrio Redondo.

¡ME CAGO EN LA PUTA! Los cordones se han roto nada más empezar a estrangularme. ¿Y ahora qué hago? ¡Joder! No quiero ver cómo cambian todo lo que he hecho para que me encarcelen otra vez… ¡YA SE! ¡Las pastillas! ¡Será una muerte muy perturbadora, pero seguro que más loco que este mundo no puede ser! Bien, ya me las he tomado. Joder, el bolígrafo se me resbala de las manos... ¿Por qué estoy sudando tanto? Vaya, me siento capaz de atender a cualquier cosa en este momento… Tal vez, vaya a volver a recordar los hechos por si hay algo que pueda decir en el juzgado… ¡Igual me libro! Vaya… pero que… eso no pasó así… ¿A qué viene esa cara de terror en Jon Ander antes de matar a Nagore? ¿Por qué moví el brazo de esa manera al cogerla?...Doctor Gutiérrez, me temo que su primera hipótesis estaba bie…



Jon Barrio Redondo fue encontrado en el suelo del calabozo con el bolígrafo entre las manos, con una mirada completamente ida y fulminado en el suelo. 

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