http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/8-entrada-sin-nombre-novela-capitulo-2.html
Espero que lo disfruteís. ¡Ahora volvemos con Rober! Espero que os guste. Un saludo a todos y muchas gracias por vuestra atención y tiempo. Por cierto, en este fragmento hay una escena de sexo, por si eso os hecha para atrás ; (Se que no
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Quedaban solo dos días para que le trajeran el pedido a Robert. La semana
se la hizo bastante amena ya que estaba atareado haciendo consultas y, cuando
tenía tiempo libre, hacia algún deporte en la web. En todo este tiempo, solo estuvo comunicándose en ingles con el
mundo, salvo cuando sus padres les mandaban un email en español. Acabó la
semana con un millón de euros. Estaba en una época promiscua, porque las nuevas
actualizaciones de software cerebral contenían aún fallos en el sistema y
siempre se acudía a los psicólogos para
reparar esta clase de molestias. La mayoría de los casos, se basaban en
ansiedad, psicosis e insomnio. Gran parte de la base de datos que tenía dentro
de su cabeza abarcaban estos tres temas.
Él nunca había instalado un software de mejor rendimiento en su cerebro,
excepto los software cognitivos necesarios para su ocupación. La inmensa
mayoría de las personas, no eran capaces de vivir plenamente sin ninguno de
estos programas, el noventa por ciento de las personas han tenido o tenían
instalado por lo menos un software en esa época. En cambio, Robert, a pesar de
tener muchas tentativas de hacerlo, él nunca se instaló nada así. Prefería
tener su cerebro lo más intacto posible, puesto que desde su punto de vista, solo
así podría ver la naturaleza de la psique y poder modificarla mejor.
Se estaba fumando su cigarrillo mientras observaba los depósitos con unos ojos llenos de vacío
mientras pensaba, teniendo una conversación consigo mismo:
“Se supone que soy una persona que entiende al humano cuando apenas ha
visto a un puñado de humanos con sus propios ojos. ¿Qué es esta incongruencia?
No tiene ni el más remoto sentido. Ni si quiera sé quién es el vecino que tengo
en mi compartimento de al lado ni nada. Nunca me he molestado en salir al
pasillo si quiera a hablar con mis vecinos…”.
Era un tipo bastante solitario. Había muchos como él. Normalmente, la gente
se montaba encuentros y fiestas a lo
largo de todo un edificio en la sala de reuniones con los integrantes de la comunidad
(que a lo sumo, si eran habitaciones individuales como la suya serían cuarenta
personas), y eso si es que había jóvenes en ellas. Sin embargo, él no sabía
nada de nada de sus vecinos, de las personas más cercanas a él. Conocía más a
un hombre de Argentina que a cualquier persona en un radio de mil
kilómetros. Dentro de él esta falta de
lógica estalló como un volcán en erupción. Nadie, en todos sus años de
profesional, le había contado algo parecido.
En ese momento, se sintió único.
Se levantó de la silla tan rápido que la volcó aparte de que chirrío.
Olvidando el desorden, se apresuró a la puerta que no había abierto desde la
última reunión que tuvo de vecinos hacía ya varios años. Tiró de la puerta y la
cerró. Sabía que luego poniendo su ID y contraseña podía volver a entrar. Y
siguiendo todo ese pulso repentino y sobrexcitado, llamó a la puerta de al
lado. Se oyó un sobresaltó. Como si
alguien de un susto se hubiera cargado algo. Se oyeron unos pasos huecos que se
acercaban a la puerta. En este momento de espera, Robert dudo, pero aguanto sus
impulsos de huir. Por fin iba a ver a alguien. No sabía hacia cuanto no veía a
nadie, si no era frente una pantalla de ordenador, como casi la mayoría del
mundo.
Y por fin,
se abrió.
Nunca había visto a una mujer en carne y hueso salvo a su madre. Y le
abrumo. Era una pelirroja teñida con un pelo liso que le llegaba hasta las
orejas. Se tapaba cuidadosamente con una toalla su cuerpo. Robert veía todas
sus curvas como señales cargadas de tentación. Sus ojos eran grandes y azules y
sus labios eran de un rojizo natural.
Se quedaron los dos mirándose fijamente
durante un segundo que a Robert le pareció una milésima. Las pupilas de
ambos se dilataron. Robert no sabía lo que le estaba pasando cuando notó que su
polla estaba dura.
Algo despertó dentro de él, que le hizo cambiar de comportamiento. Se
abalanzó hacia esa mujer. Ella no opuso resistencia. Las dos bocas se abrieron
e intercambiaron sus lenguas impregnadas de saliva todo lo rápido que podían. La empotró sobre la puerta de su cuarto. Ella
no sujetaba ya aquella toalla azul y eso hizo que se sujetara por los cuerpos
que estaban pegados el uno al otro. Robert no entendía nada de lo que estaba
pasando, pero tampoco lo estaba pensando en esos momentos. Estaba tan cachondo
que lo único que tenía en mente, era todos esos estímulos que la mujer le
estaba dando. Su pelo rojizo. Las cosquillas de su cabello sobre su rostro. Lo
suave que era su piel. Su polla dura y apretada sobre los muslos de la chica.
Empezó a pensar que estaba haciendo ahí cuando la mujer estaba a cuatro
patas y con el culo respingón levantado mientras el metía y sacaba su miembro
por su útero. Sudaba tanto que parecía que estaba llorando. Nunca había sudado
tanto, ni en la cinta de correr de su casa. Sospechó de que todo esto, podría
ser debido a que era la primera mujer que veía, delante suyo, con tanta poca
ropa y siendo tan atractiva.
Tampoco pudo pensar mucho. Ella gritaba como si la estuvieran matando.
Parecía que le daba igual sus vecinos. Hablando de ella, Robert no tuvo ningún
problema para metérsela, tal y como se dice cuando te acuestas con una
virgen. Se la oía jadear mientras su
ordenador estaba prendido y su pantalla en suspensión. Tampoco sudaba ni parecía estar cansada de tanto follar. Lo estaba disfrutando.
Le tiró en la cama y se puso encima de él. Y le montó como una loca. Le
ponía la mano en sus pezones. Al final habló, en medio de todo el climax:
-¿Te vas a correr?
-Aaaah…. ¿Eh?
-¿¡Qué si te vas a correr!?
-¡Sí!
Ella se bajó de Robert y se puso de rodillas en el suelo mientras abría la
boca lo más grande que podía y sacaba la lengua. Le asió la tranca tan rápida y
tan fuertemente que Robert se corrió en el acto. Gritó. La mujer le relamió el
miembro como si fuera una persona que no había comido en varios días. Cogió su
mano izquierda y empezó a esparcir todo el semen que había echado Robert por
todo su cuerpo.
-Ahora vete, por favor.
Robert ya no sabía cómo contestar ni cómo actuar. Así que, como un autómata
que le acaban de dar una orden, se vistió con su escasa ropa y se fue.
Cuando llego a su casa, todavía no sabía si quiera el nombre de la mujer
que se acababa de tirar. Se encendió un cigarrillo, mientras pensaba a ver cómo
se llamaría, a que se dedicaría y cómo había pasado esto. De todos modos, la
mujer le sonaba de algo pero no sabía, exactamente, de qué.
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