viernes, 12 de febrero de 2016

6º Entrada: Los hombres de las rosas rojas (Novela)

Nombre: Los hombres de las rosas rojas
Genero: Mafia, Acción, Drama.
Fecha: 2013
Nota: Esta novela, inacabada (como todas), la empecé a escribir por el mero hecho de que quería hacer algo más dinámico, menos profundo y más entretenido para el lector. Contiene algunos fallos y erratas. De todas formas, para los amantes del género tarantinesco, que buscan lo soez, lo sencillo y lo violento, está es vuestra novela.
Espero que os guste.


Para mi amigo Sid,
que tanto me ha aguantado en mis crisis creativa. Feliz cumpleaños.
I
Ray apagó la chopper cerca en el parking de otro barucho de mala muerte de carretera. Se dio cuenta que se encontraba empapado de sudor, el calor del verano le hacía sudar como un borrego. Además, la chupa de cuero y el casco negro no ayudaban mucho a librarse de ese incomodo pasajero que tenía desde que decidió emprender el viaje. Juró que en cuanto pudiese se compraría una cazadora blanca para no morirse en la sauna que era la maldita prenda. 

Tiro el casco desquiciado, y se sacó un cigarrillo del bolsillo derecho del pantalón. El primer pitillo que cogió no pudo llevárselo a la boca, puesto que lo agarró con tal fuerza que las hojas secas salieron del papel. Habían pasado un par de semanas, pero todavía la flor de la ira seguía tan fresca como aquel día, y muchas veces el hombre rompía las cosas de manera inconsciente, eso le traía unas agujetas enormes en los apéndices. Además, llevaba desde un par de semanas sin dormir bien. Dormía en el raso, tumbado en el largo asiento acolchado de la motocicleta, y aunque esta fuera bastante cómoda, la fría noche del desierto tejano y los recuerdos le acechaban como bandidos de la noche cada vez que intentaba descansar. 
Mientras tragaba ese humo grisáceo, empezó a estirarse y todas sus extremidades como su espalda crujieron como si estuvieran aplastando un paquete de patatas fritas. Después de eso, se llevó su mano, otra vez, a la cintura. Por esa zona, Ray encontró ese revolver de policía que tenía desde ya hacía mucho tiempo, lo desenfundo y observo cuantas balas tenía. Perfecto, no necesitaba más cargas. Se llevó la pipa a su lugar anterior y tiro el cigarrillo al suelo. 
Avanzo lentamente hacia la puerta, al compás de sus permanentes y profundos suspiros- parecía que todavía no se había acostumbrado a ese estilo de vida-. Tras la puerta, Ray, ya podía oír el solo de una guitarra eléctrica entre el barullo que había dentro del establecimiento, y como siempre, en esta situaciones, se puso aún más tenso porque había una probabilidad, de que Clame estuviera allí. Si, había como unos cientos de tabernas de motoristas a lo largo de todo el Oeste de los Estados Unidos, pero, al ser esta otra como las demás había una posibilidad de que ese maldito hijo de puta estaría allí. De todas maneras, una cosa estaba clara: que fuera a donde fuera, alguien conocía, por lo menos de oídas, a ese hombre. Así que, cada vez que entraba en un establecimiento, era como jugar a la ruleta rusa ¿Quién estaría entre esas cuatros paredes? ¿Ese cabrón? ¿Alguno de sus amigos o subordinados? ¿O simplemente otros moteros malolientes que no tenían nada que ver con ello? De todas maneras, Ray estaba decidido, aunque la muerte le deparase tras esas puertas iba a abrirlas. Tampoco es que le quedara mucho, y si siguiera así, la muerte le sería una de las mejores cosas que le podrían pasar. 
Sin embargo, tomó una postura desafiante y abrió la puerta con inercia. Tras el ruido que provocó Ray al abrirla, todo el barullo del bar se empezaron a diluirse, y un mar de miradas hacia Ray inundaron el ambiente. Sin embargo, el solo de guitarra- que el hombre lo reconoció como uno de Bill Gibons- seguía sonando en el bar. 
Ray no se sentía incómodo en esta situación, todo lo contrario, era una de las pocas cosas que se había acostumbrado a lo largo de las escasas semanas que llevaba emprendiendo su búsqueda. Ya sabía cómo era el ritual: Se le quedarían todos mirando hasta que se acercara a la barra del bar. No tenía pinta de madero, con lo cual, el ritual se procesó de manera natural. Todos los ojos se apartaron salvo el par de ojos agrisados que había frente a Ray. Eran unos iris que acompañaban un cuerpo viejo y endeble, con una melena y barba canosa, que le miraban con atención e indiferencia. Mientras tanto, Ray oía como los clientes seguían a lo suyo: unos hablaban y reían, otros jugaban al billar…. Eso sí, nunca dirigiéndoles la mirada hacia ellos, simplemente observando al vejestorio que tenía delante tras la barra de madera:
-¿Qué es lo que quieres?- preguntó finalmente el viejo.
- Busco a Clame- contestó secamente Ray.
Le dedico una mirada de extrañeza:
-¿Por qué lo buscas?
La voz alzada del hombre al decir aquello hizo que el cuarentón de al lado de Ray alzase la mirada. Parecía que quería enterarse del asunto:
-Eh, eh, eh…- prosiguió Ray- ¿No te han enseñado que se debe tratar con educación a los clientes? Simplemente respóndeme ¿Vale? Bien, ¿Dónde está Clame?
El tabernero agarró desquiciado a Ray de su camiseta de tirantes:
-Vamos a ver capullo; aquí las cosas no son como en la ciudad ¿Entiendes? Si quieres saber algo de ese tío, primero me debes decir por qué lo buscas. 
A Ray, la verdad, es que se la soplaba todo. Siempre intentaba no decir sus propósitos, porque le podrían generar varios problemas. Pero como no quería conseguir las cosas a la fuerza –otra vez- lo soltó:
-Para matarlo.
Mientras el barbudo se estaba descojonando a moco tendido, Ray se llevó tal hostia que salió disparado hacia una mesa vacía, donde hizo añicos una silla. Todas las botellas de cerveza que había en el mueble sin uso, cayeron al suelo:
-¿Cómo te atreves a venir aquí y decir que quieres matar a mi primo?- antes de que Ray se diera cuenta el vejestorio había sacado una escopeta recortada. En ese momento, intentó sacar el arma que tenía en la cintura, pero el disparo que efectuó el primo le hizo a priorizar la esquiva. Lo cual le salió torpemente y una bala le rozó:
-Me cago en tu puta estampa- soltó a modo de grito, mientras tirado sacaba la el revólver. Disparó torpemente desde el suelo, pero por lo menos consiguió que el barman se escondiera tras la barra, y que varías botellas de absenta se rompieran empapando al anciano.
Mientras se levantaba como podía, Ray oyó unos pasos que iban hacia su posición. Observo su procedencia: parecía que un motero le quería meter un taco de billar por el culo. Agarro la botella rota, que se había caído de la mesa y se la lanzó a la cara. No tenía tiempo de observar el resultado de su tirada puesto que, en cualquier momento, el maniático de la escopeta le podría volar la tapa de los sesos. 
No obstante, se echó para atrás y agarró dos patas de la mesa para volcarla. El seco golpe del roble, sonó al unísono con el fuerte estruendo de la Winchester… por poco no lo contaba:
-¡Sal de la puta madriguera, mamonazo!- gritó- ¡De esta no vas a salir con vida! ¡Aquí todos somos amigos de Fred! ¡Te has metido en la boca del lobo!
Estaba claro de que le había tocado una bala en la ruleta rusa. Además, debía pensar algo rápido, lo tipos del bar estarían en cualquier momento cerca de la mesa y le reventarían el cráneo. Deseó, encenderse un cigarrillo y pasar de todo de una puta vez. Y, qué demonios, lo iba a hacer. Se sacó un pitillo de su caja de Malboros, y saco la cabeza con su pistola por delante. Había gastado ya una bala, le quedaban 7. Cerró los ojos y visualizó donde estaban los tíos en el local. 
Primero, pegó un tiro a la barra de nuevo y reventó otra botella de potente licor, ya que el viejo se agachó de nuevo. Rápidamente, efectuó otros dos tiros donde había un trio de tipos- entre ellos el cuarentón- que estaban bebiendo Jack Daniels. Nada. Otra vez que fallaba y los vidrios volaban. Finalmente, pegó cuatro tiros a la zona del billar, donde unos motoristas estaban más que preparados para arrearle con las cadenas. Dio a uno de ellos en el hombro- el cual se desplomo- y lo demás fue a parar a sus cubatas- los otros tres se resguardaron, para no comerse las balas del furioso y rápido Ray. 
Sin perder ni una milésima de segundo, el hombre salió de esa trinchera improvisada y corrió hacia la puerta. Sin embargo nada más tocar el picaporte de metal, oyo como se recargaba la maldita recortada:
-No tan deprisa, cabronazo- como no, era el impertinente del camarero, que le estaba apuntando desde la barra directo al cráneo. La absenta y los trozos de botellas rotas recorrían el cuerpo del carcamal. Ray le apuntó con el revólver:
- ¿Te crees que soy gilipollas? El tambor de tu revolver de madero, solo tiene 8 balas y ya las gastado todas. Se acabó ya. 
Ray suspiro, quitándose el cigarrillo con la mano, y con una fingido resignación musito:
-Bueno, ya que me vas a dejar como un colador. ¿Puedo pedir un último deseo? 
El agrisado y fofo hombre se rio:
-¿Qué?
- Déjame fumarme el piti, anda. 
Se empezó a descojonar vivo:
-El tabaco te va a matar, amigo. 
Ray sacó su cipo y encendió el cigarrillo. Le metió la primera calada y con una sonrisa de tranquilidad observó al vejestorio. No temía a la muerte, su objetivo le había obligado a despreciarla. Además, sabía que hoy, el bello beso de plomo no iba a acabar con su vida, puesto que todavía tenía cosas que hacer:
- ¿De qué te ríes?- preguntó curioso el portador de la escopeta.
-De que voy a echar el cipo de mi ex mujer- contesto con una leve risa. 
- Si fuera lo único que perdieras hoy…
-Pues me da que si- dicho esto, Ray lanzó el cipo con fuerza hacia la barra de roble y saltó por el cristal de la puerta, intentando esquivar los diversos perdigones de la escopeta. Le dio un pequeño trozo en la espalda, y gritó con fuerza. Sin embargo, si ese día se hubiera celebrado un concurso de gritos, Ray hubiera salido perdiendo. Tras las cuatros paredes resonaron gritos de inmenso dolor que los acunaban el calor y el arduo sonido de las brasas. 
Ray se empezó a reír como un demonio. Se tiró al suelo y comenzó a disfrutar del cigarrillo. Ya no sentía nauseas al pensar que había matado a unos cuantos hombres. Tal vez era, porque le daba realmente todo igual o, simplemente, porque eran el o ellos pero Ray no sentía ningún malestar a cuenta de cometer homicidios. 
Todo hay que decirlo, hacia muchas semanas que no dormía bien. El recuerdo de Amanda, la nueva vida sin horario fijo, la obligación de dormir en el raso… No había que ser un reconocido psiquiatra para darse cuenta de que Ray padecía insomnio. 
Puede que el caballero errante pudiera con una banda de motoristas, pero el señor de los sueños venció la batalla esta vez. Y con lo cual, Ray se volvió a llenar de ceniza la cara. 

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